Traducción de María Luisa Prieto
POZOS QUE CAMINAN CONMIGO
Hay muchos pozos que no cesan de caminar conmigo, pozos que vienen de regiones lejanas. Lo sé por su vacío, por su falta de huesos de melocotón y de los dedos que se esforzaron en dejarlos caer en ellos, una de las formas de ocultar la huida de los miembros a los lados sombríos, por la completa ausencia de peleas en sus bordes, peleas que pensé que nunca desaparecerían y seguirían siendo guardianas de unos pozos cuya tierra encuentro a menudo al despertarme ocultando el color de las almohadas. Pozos sin profundidad para llenar las noches o para que los rostros que se hundieron puedan volver a fluir. Sin anchura ni longitud suficientes para que los libros pasaran por ellos antes de que alguien los persiguiera. Son los pozos que erróneamente creí que cicatrizarían con el tiempo, pozos que no sabía que me delatarían en la primera hoja, que me destaparían y aparecería con mi hierba amarilla y seca, pozos que siempre me adelantan y me preceden a las habitaciones,
me preceden a mi ropa.
Esos pozos que no dudan a veces en sus ratos libres y cuando no tienen nada que hacer en distraerse con perforarme profundamente y hacerme fragmentos que van tirando uno a uno al corazón de la escritura para que ennegrezca, me retuerza y lance un gemido allí para que emane de mí un olor, el olor de aquellos cuyos pozos los dominaron, los tiranizaron y les designaron todo el hambre de los pozos.
EL SUFRIMIENTO
El sufrimiento lo llevamos con nosotros dondequiera que vayamos, a veces nos precede a nuestros destinos, los conoce, elige los asientos junto a nosotros, nos conoce y sabe donde nos gusta posar los ojos y donde colgar la mirada, nos distraemos del sufrimiento construyendo casas con nuestros huesos, les ponemos ventanas y puertas por donde pasa un aire que llamamos gemidos y por sus habitaciones corre un agua que llamamos lágrimas, a ellas llegan visitantes que no se quedan mucho tiempo, unas veces los llamamos descuido, otras extravío y otras aplazamiento para lo que no nos gusta pero vino y vendrá, lo rozamos con nuestras pieles que doblamos de dolor…
Nos distraemos del sufrimiento e intentamos mantenerlo alejado de nuestros espacios inventados, pero no tardamos en sentir su piel entre nuestros pies frotándonos las piernas… si sentimos sus colmillos mordiéndonos, nos levantamos disculpándonos por la falta de tiempo y el retraso… Hay palabras que debemos preparar y ofrecer por nuestro sufrimiento, con las que silenciar su relincho y librar nuestra carne de sus colmillos.
LA MÁQUINA RUGE SOLA
La máquina de coser ruge sola a veces, pesados pies cansados se deslizan solos en su pedal, la madera de su mesa está arqueada por detrás, la negrura de su hierro esparce telas sobre ella y captura dos brazos del aire. La máquina ruge sola con un claro estrépito: sus nervios tensos hasta el límite se pueden haber cortado y quizás la acumulación de vacío se ha vuelto más grande que su estructura. La máquina ruge sola en la oscuridad hasta que su larga respiración se entrecorta como si delirase e instalara un rostro, pies, brazos, espalda y silencio para los que ya no existen y habitan gozosos en su inexistencia.
IR
Con el té y el tabaco, vas solo; nadie puede ir contigo, desgarras el tiempo, entras sin olvidar remendarlo detrás de ti y te quedas ahí solo; los minutos pueden alargarse, allanas tu lugar, apartas los guijarros de tus días, barres los palos de tus ilusiones y te quedas, pues nadie repara en ti ni tú reparas en nadie, no quieres, no te olvidas de remendar el desgarro ni de rociar una sustancia viscosa sobre el remiendo, materia que traes de lugares profundos de tu alma, lugares profundos de tu rostro cuando vas; tu partida de esta manera y con esta apariencia no es en vano. Te sientas mirando con un ojo abierto, entornado, o puede que cerrado, miras algo y no lo ves, te adentras en ello y no llegas al fondo, como si la mirada no tuviera final, como si el objeto no tuviera fondo, así como por casualidad, te vas en el tiempo y no vienes, lo desgarras y recuerdas remendarlo o borrarlo, te empeñas en eso y no lo olvidas, no se sabe por dónde entraste, vas como si no estuvieras, dominas la esfumación, para que nadie pueda presentir tu presencia donde estés, vas construyendo muros a tu alrededor, sin dejar espacio para una puerta o una ventana, o al menos un tragaluz que permita que alguien te mire y encuentre tu mirada, que parece infinita, un tragaluz a través del cual se sitúe sobre tu ida y piense por un momento que te has ido.
Te vas bien, dominas eso, no haces absolutamente nada excepto irte con violencia y crueldad, y no creo que nadie pueda soportar esta violencia y crueldad de tu ida hasta que se aventura o se hace temerario y va contigo, por eso eres el único que va y sólo tu persona te acompaña, a la que entrenaste para este ir y le inyectaste ese valor, y no se sabe con qué la sedujiste para que fuera contigo; podemos decir -sin exagerar- que la sedujiste para que siguiera tus pasos y entrara contigo en el capullo de tu ir; desapareció y pudo haberlo hecho por temor a ti. Si lo hizo y te dejó ir solo, quién le garantiza tu regreso de ese ir pues nadie te conoce más que ella ni sufre lo mismo por ti. Ella no fue contigo sino como guardiana y solo te acompañó como una madre que sabe que ir es tu ir.
Enciendes tu propia luz, la luz que ninguna luz puede sustituir, la enciendes para poder ver claramente; sin ella nunca verás y puedes tropezar con tu soledad, anhelarla y romperla, y puedes quedarte en la oscuridad con tu luz apagada porque no quieres ver nada, porque las cosas, a veces, corrompen la soledad que elegiste desprovista de cualquier cosa.
FRIDA KAHLO… IRÁS A TU SANGRE
Qué hierba tan amarga es esa de la que
comiste, Frida,
lo veo en tu rostro y en tus ojos,
y en voz baja te digo:
Frida Kahlo, irás a la sangre que brota de tu cuerpo,
irás a tus flechas clavadas firmemente en él,
oscilas entre los troncos de tus árboles que se han quedado en silencio observándote
sin extender ni una rama para defenderte o protegerte,
ningún tronco se ha movido de su lugar para detenerte.
Una flecha en la espalda, una flecha en la espalda otra vez y otra, flechas en la cintura, flechas en la garganta…
para que se inclinara la cabeza, aunque fuera levemente, pero no se inclinó
muchas flechas para que la mirada parpadeara o se marchitara, pero aumentó en frescura y vigor,
un jadeo claro y cálido salía del suelo por el que corrías… aferrada a tus cuernos, heroicamente, sin renunciar ni a una pequeña parte de tus ramas.
Ensanchaste las cejas juntándolas para que no se perdiera ninguno de tus rasgos y fallaran las flechas.
Elegiste un momento en que el color de la sangre era más doloroso, más penoso y más hermoso
así no te escondiste detrás de ningún tronco, fuiste clara y evidente,
no te escondiste detrás de un grito o un llanto, de lo contrario habríamos visto tu boca abierta y preparada.
Hasta tus cuernos se podrían haber opuesto a ti, pero los neutralizaste y los dejaste como siempre estaban: erguidos y en alto, los dejaste como una señal que guía a los perdidos de las flechas.
Dejaste todo lo que permitía esconderse detrás y solo te escondiste detrás de tus rasgos.
Te escondiste detrás de tu cuerpo que era tentador para que cayeran en él las flechas.
Una flecha no se atrevió a acercarse a tu rostro porque su belleza asustó a todas las flechas, por lo que se alejaron de él y se fueron a otras regiones.
Creo que fueron tus pendientes los que resistieron todo este tiempo hasta que intervinieron en el momento adecuado, pensando que estabas preocupada por tu seguridad, sin darse cuenta de que al mirar más de cerca descubrirían que a una insinuación tuya los troncos de los árboles no se movieron y que fuiste tú quien se lo ordenó, tú quien les indicó que no se acercaran…
Invitabas a las flechas como si fueran tus amigas a las que añorabas y estabas esperando, tus amigas a las que dejabas el rostro abierto para que si llegaban no tuvieran que llamar…
Tu rostro, Frida, es la llama que ha surgido de tu leña, que te inflama por dentro,
tu leña que deliberadamente escondes bajo tu piel para pagar cualquier compasión.
Estabas muy alta y, sobre tu dolor, segura en tu mirada pura y fortalecida por ella.
Quedan, Frida…
noches, mientras reviso tus listas limpias de cualquier flecha… Creo que tú también lo quieres para que puedas correr con tus invitadas, acelerar tus flechas si te llegan al corazón… eso lo he encontrado por casualidad en el blanco de tu vientre, y si no es así, te esperaré en otro cuadro, en otro fuego, nos encontraremos y me revelarás verbalmente el secreto de tu boca amarrada sobre lo que se agita en ti atormentándote hasta mi boca.
Ibrahim Al-Hussain nació en 1960 en Al-Ahsa, Arabia Saudí. Se graduó en Lengua Árabe y trabajó como profesor en su ciudad natal. Ha participado en diversos festivales poéticos en países árabes y europeos. Ha publicado diez poemarios, entre ellos «Salí de la tierra angosta», «Madera que se seca con los caminantes», «Deslizando sus talones», «Boca que vaga por los lados de las brasas», «Remolino de la rosa», «Los muertos se equivocan». Algunos de sus poemas se han publicado en inglés, francés, alemán e italiano.
María Luisa Prieto es licenciada y doctora en Filología Árabe por la Universidad Autónoma de Madrid, con premio extraordinario de licenciatura y de doctorado. En la actualidad es profesora titular de Lengua y Literatura árabes en la Universidad Complutense de Madrid. Ha realizado numerosas investigaciones dentro del campo de la literatura árabe contemporánea y ha publicado más de treinta obras literarias traducidas del árabe, la mayoría de ellas del premio Nobel Naguib Mahfuz, y también de otros autores como Mahmoud Darwish, Nizar Qabbani, Adonis, Jabra Ibrahim Jabra, Gassán Kanafani o Hanan al-Shaykh.