Thursday, September 28, 2023

DIECISIETE TIPOS DE DOLOR, relato de May Telmissany

Lo último que recuerdo antes de dormir es que la velada acabó con el estropicio. El güisqui, que un golpe del destino desparramó a nuestros pies, me había costado ciento veinte libras egipcias. Mi amigo repetía desconsolado: «¡En la vida he roto una botella!». El camarero irrumpió en escena y dijo: «¿Qué le vamos a hacer? Son cosas que pasan». Me figuro al camarero, tras irnos dando tumbos, acuclillado bajo la mesa recogiendo el elixir divino bayeta en mano y estrujándola sobre un cuenco destinado a algún borracho de los que deambulan por el centro de la ciudad.

TAPONES PARA EL OÍDO, cuento de Somaya Al-Sayed

Una vez, mientras estaba acostado de lado en el sofá viendo una película, puso la palma de la mano izquierda debajo de su cabeza y se cubrió la oreja con ella. En ese momento, notó algo, sintió que había ideas fluyendo de tal forma que incluso comenzaron a molestarlo mientras veía la película. Retiró la mano de debajo de la cabeza y cambió su postura. Notó que las ideas se desvanecieron por completo. Se enderezó con la espalda apoyada en el sofá, asombrado y confundido. Se tapó los dos oídos con las palmas de las manos y notó el flujo abundante de ideas en su mente. Se reía como un loco en el salón de la casa.

Dos capítulos de la novela de Badriya al-Bishr

Una semana más tarde la madre de Saad vino a casa y nos anunció que la boda de Saad y Elyazi sería en un mes. Nos invitó a todos a la boda y casi que se disculpó por la falta de música y baile. A cambio, habría una gran cena para compensar, pues así lo había querido Saad. En invierno la vida del barrio se ralentizaba, las azoteas se quedaban sin chicas y sin amor. Ni una sola historia de amor prosperó en las azoteas aquel año. Todas las historias tomaron un curso distinto al deseado. Awatif se casó con Rashid, mientras que Elyazi lo hizo con Saad. Elyazi incluso me dijo que no sentía nada por Saad, sino que le gustaba Yusuf, el chico guapo que cuidaba las palomas en la azotea lindante con la suya. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de hablar con él. Mutaib tampoco estaba muy contento con la boda entre Elyazi y Saad, pero esta haría que los lazos entre su familia y el resto del vecindario se estrecharan y así dejarían de ser distintos al resto. Su familia estaría por fin incluida en el intricado tejido de relaciones del barrio. Por mucho que su situación hubiera mejorado y subido sus ingresos, los vecinos nunca olvidarían que aquella pequeña familia había vivido de su caridad cuando llegaron al barrio. La pobreza había desaparecido, pero no su marca. Por eso aquel matrimonio era su oportunidad para ser reconocidos y convertirse en una familia digna y más respetable.

UN SALTO DEL BALCÓN, relato de Walaa Fahad Al-Harbi

Con la mirada inocente, mis hijos me preguntaron, y yo, confundida, no sabía qué decirles, pero los calmé y dije que estábamos jugando al escondite con papá que pronto llegaría a casa. Cuando se les agotó la paciencia y no aguataron quedarse más tiempo en ese armario que les robaba la libertad de mover las manos y patear con sus pequeños pies, nos pusimos a contar. Contamos, y no supe si llegaríamos a cien o mil, o si pasaríamos más tiempo en aquel armario sin que nadie apareciera, llegando de ese modo a una cifra más allá de mi conocimiento y capacidad de continuar.

Fatima Abdulhamid: Extracto de la novela El horizonte más alto

Bueno, todas las ideas comunes en la tierra sobre el momento en que comencé a ejercitar esta actividad son inexactas, además, el comienzo no te importa, lo único que tienes que comprender es que soy el toque final, el toque que recorre tu dolor crónico después de una larga lucha contra la enfermedad y te hace preguntarte: ¿adónde se ha ido todo ese dolor de repente? Soy el origen de tu instinto de miedo desde que eras un feto y te aseguro que olvidar mi existencia es una solución que no te salvará, pues de una manera que ningún ser creado puede comprender, todos los puestos superiores están determinados en el lecho del Creador y por desgracia mi trabajo es estar disponible para atraparte. Yo no desciendo de una familia de pura luz como el resto de los ángeles ni fui creado de fuego como los demonios… fui creado de luz y fuego, por eso se me confió esta tarea temible, la tarea de aligerar la tierra del peso de sus criaturas. Por tanto, merezco, por justicia, que no me angustiéis con todo este dolor mundano. Te salvaré de muchos tiranos y de algunos ricos aburridos con aviones privados, y salvaré a algunos de vosotros de una vida crónicamente enferma que los agota, y agota a quienes los rodean.

AL AMPARO DE LA LUNA, un cuento de Ibtisam Azem

A medianoche, la luna llena pende del cielo, sujeta por hilos a las estrellas de alrededor. El viento arrecia y amaina jugando en el espacio libre entre el satélite y los astros. Tumbado en la estera, las manos bajo la cabeza, Nadim piensa que puede tomar la luna si extiende el brazo por completo. Traslada la mirada hasta dar con los cipreses que cercan el huerto; parecen enormes junto a los diminutos almendros. Es la primera noche que pasan a la intemperie. La calma del lugar no revela el miedo sufrido en los enfrentamientos que han tenido lugar de día en su aldea. La abandonaron y se refugiaron en el huerto de un pueblo cercano. Marcharon atemorizados llevando a la espalda la grave preocupación del día. Una vez en la finca, ninguno tuvo la fuerza de seguir soportando esa carga: se tumbaron a descansar para que el suelo sostuviera sus cuerpos por unas pocas horas.

DÍAS EN EL PARAÍSO, Primer capítulo de la novela de Ghalya...

Londres, cuatro de la mañana. La noche es fría, pero no llueve, típica noche invernal londinense. La oscuridad se extiende por todo el lugar, solo la disipa la débil luz proveniente de las farolas. Ya no hay tráfico, todo lo que se movía había entrado en un profundo coma: las tiendas y los restaurantes, hasta los autobuses y trenes se sosegaron a tan altas horas de la madrugada y detuvieron su habitual circulación, siempre veloz. Las calles quedaron desiertas, incluso daban la impresión de haber crecido y ensanchado. Londres parecía una ciudad fantasma.

La rosa de Maimuna, relato de Jokha Alharthi

En el momento de nacer, Maimuna no mostraba en su cuerpo arrugadito, recién salido del útero, nada de particular, excepto una marca insignificante en la planta del pie derecho. Sin embargo, su madre, que nada más dar a luz se puso a pensar en qué convenía hacer, sentenció con voz grave: “Algo raro tiene”. A los siete días, el padre de Maimuna mató un cordero para festejar el nacimiento, lo esquiló y dio de limosna el peso de su lana en plata. A Maimuna se le bo-rraron las arrugas, pero la marca siguió ahí.

Leña de Sarajevo, dos capítulos de la novela de Saïd Khatibi

Me libré de la muerte y de la cárcel donde, pensé, pasaría una buena temporada. Me habían acusado de matar a un hombre y engrosar así la lista de asesinos nacionales. Pero me exoneraron. Tropecé e imaginé que nunca más sería capaz de ponerme en pie. La vida se me escapaba de entre las manos lentamente, y, temía, nunca realizaría mi sueño, ese que siempre he llevado conmigo como una madre sostiene a su primogénito recién nacido. Supuse que la guerra que había desfigurado el rostro de Sarajevo me arrastraría consigo, hasta convertirme en un trapo deshilachado e inservible. La imagen de mi hermana pequeña surgió de repente en mi mente y temí perder la razón y sumirme en la locura, tal y como le había pasado a ella; sin embargo, una mano oculta me agarró y me elevó hacia arriba, indicándome el camino.

Los espíritus de Eddo, primer capítulo de novela de la sudanesa...

Como cualquier otro ser vivo, Mama Lucy no sabía nada sobre el destino y no planeaba ni pensaba en esa generosidad maternal que la rodeó como una maldición. La cuestión es que su madre la tuvo solo a ella o mejor dicho fue la única que sobrevivió de sus diez hermanos que fueron muriendo antes de cumplir su primer año. Como consecuencia, su madre vivió durante muchos años el dolor de la pérdida, un dolor que se iba renovando cada año con el cre-cimiento de un niño tan rápido como la mala hierba, para ser arrebatado por la muerte mientras dormía sin que se deteriorase su salud. Los enterraba como si estuviesen dormidos para que sus tumbas se mantuvieran templadas durante algunos días, mientras imaginaba que podía escuchar sus llantos, sus cuerpos cálidos, sus partes lánguidas, mas sus corazones no latían.