Por Basheer Al-Baker
El escritor tunecino Hassouna Mosbahi se ha ido sin concluir muchos de sus proyectos literarios y viajes. La muerte acechante lo detuvo cuando creía que aún contaba con tiempo suficiente para escribir alguna novela más, realizar viajes nacionales e internacionales postergados y reencontrarse con amigos. Le apasionaba conocer nuevos lugares: caminar por las calles, probar la comida y las bebidas, admirar la belleza de las mujeres y de la arquitectura, pasear por las costas, jardines y montañas, todo ello mientras cantaba a la vida por haberle concedido curiosidad, el sentido de la belleza, el don de escribir y el amor por los libros, la música y el cine.

La muerte lo engañó cuando acometía el inventario de una vida en la que luchó encarnizadamente sin someterse nunca a las duras e injustas condiciones que matan a los grandes talentos y convierten a los soñadores en herramientas mecánicas, tras apagar en ellos el ardor de la revolución, la creatividad y la sabiduría. Mosbahi no se rindió, se negaba a crecer conforme al patrón de la vejez y siguió siendo un niño travieso sin renunciar a la experiencia como guía de todo escritor que se rebela contra el tiempo.
Tanteó todos los formatos: el reportaje periodístico, la crítica retórica, la literatura de viajes, el cuento corto, la novela y destacó en la composición de texto abierto. Observaba todo lo que ocurría a su alrededor con ojo de narrador imaginativo y ánimo soñador, de ahí que se expresara con el espíritu de un cuentacuentos, novelista y viajero que atraviesa el tiempo y el espacio, como un artesano en busca del placer, la compañía y la valía. Ha dejado tras de sí colecciones de cuentos y novelas notables que lo sitúan en un lugar preeminente entre los escritores de su generación en el mundo árabe y en su país, Túnez, en el que abundan los creadores que han hecho notables aportes en poesía, novela, teatro, filosofía y cine.

Vivió en varias ciudades y visitó numerosos países, pero no se estableció en un lugar fijo. Entabló buenas amistades dondequiera que iba, polemizó y discrepó, trabajó en muchos periódicos que luego dejaba sin sentirse derrotado, pese a que en ellos se ganaba el salario. Lo único que no abandonó nunca, y con lo que no riñó, fue la escritura a la que se ató de forma armoniosa. Cada vez que se encontraba con alguien, aunque no lo hubiera visto en mucho tiempo, lo primero que hacía era hablarle de sus proyectos literarios, publicaciones y traducciones. Escribir era su destino particular, aquello a lo que se aferró con fuerza y de lo que nunca se apartó. Consciente de que se acercaba su final, escribir fue la obsesión que lo ocupó hasta sus últimos días y no haber concluido todo lo que deseaba era una espina que tenía clavada. La enfermedad le impidió completar sus planes y dedicarse a ellos con esmero. Por eso, en los últimos dos años se apresuró, como si corriera contra la muerte, para vencerla mediante la escritura. Pero esa bestia maldita lo contuvo y le impidió culminar su trayecto literario.
La relación de Mosbahi con la lectura era especial. Cuando partía de viaje solo se llevaba libros y al regresar eran lo único que traía. Cada vez que visitaba una nueva ciudad, pasaba largos ratos en las librerías contemplando los títulos y pasando páginas. Cuando algún libro o revista lo cautivaba, se rascaba el bolsillo para adquirirlo y lo leía con fruición para a continuación hablar de él en las tertulias. Se hacía amigo del autor y no se quedaba ahí la cosa, pues lo daba a conocer a la gente y escribía sobre él compartiendo su disfrute con los demás como si ofreciera un regalo valioso a quienes quería.
Lector voraz y excepcional, con una aguda inteligencia, distinguía lo trivial de lo valioso y no hacía concesiones a la hora de juzgar un libro: desechaba los mediocres, a la vez que no dudaba en elogiar los buenos. No se encajonaba en un campo concreto como la novela, sino que seguía con perseverancia las novedades en poesía, literatura de viajes, filosofía y cultura, pues creía que el escritor es un intelectual heterogéneo que debe leer a diario y con disciplina.
Mosbahi luchó y padeció grandes sufrimientos para mantenerse activo en la escritura, sin que lo respaldase ninguna institución árabe de su país ni extranjera. En un momento de dolor extremo decidió regresar a su pueblo para construir una casa donde retirarse, reunir su biblioteca, pasar allí el resto de sus días, pasear entre los huertos de almendros y olivos, y cuidar un pequeño jardín en el que quiso que estuviera su tumba.
Hassouna Mosbahi – 1954-2025
Hassouna Mosbahi nació en el año 1950 en el pueblo de Al-Dhahibat situado en la zona rural Al-’Alaa de la provincia de Qairuán, Túnez. Estudió filología francesa en la Universidad de Túnez y trabajó como profesor de francés hasta que fue expulsado de la enseñanza debido a su activismo político en grupos de izquierda. Mosbahi se hizo a sí mismo publicando cuentos cortos, artículos literarios e investigaciones en periódicos y revistas árabes, así como tradujo del francés al árabe numerosas obras de la literatura universal. En el año 1985 vio la luz su primera colección de cuentos titulada “La historia de la locura de mi prima Haniya” [Hikayat yunún ibnat ‘ammi Haniya], que atrajo la atención de lectores y críticos. A mediados de 1984, Mosbahi viajó a Múnich, Alemania, donde trabajó en la revista bianual “Pensamiento y Arte” [Fikrun wa Fann], fundada en 1963, que se publicaba en árabe con el apoyo de la organización cultural alemana Goethe Institute. La mitad de la revista contenía textos de literatura árabe moderna y la otra mitad traducciones al árabe de obras alemanas. Residió en Múnich hasta el año 2004.
En su haber literario, Hassouna Mosbahi cuenta con 4 colecciones de cuentos y 11 novelas. La última de ellas titulada El día que murió Salima [Youm mawt Salima] que terminó poco antes de morir y fue publicada póstumamente en la editorial Agora de Tánger, Marruecos. Además de sus obras, Mosbahi publicó más de 30 libros entre literatura de viajes y correspondencia, además de numerosas traducciones del francés al árabe como, por ejemplo: Las voces de Marrakech de Elias Canetti, Cuentos para niños no tan buenos de Jacques Prévert, El amor es la inocencia eterna (una selección de poesía mundial), entre otras.
Hassouna Mosbahi recibió varios premios literarios: el Premio Toucan en el año 2000 por su novela Las alucinaciones de Tarchich [Halwusat Tarshish], publicada en árabe en 1995 y traducida al alemán en 1999. En 2016 recibió el Premio Mohammed Zafzaf concedido por el Foro de Asilah en Marruecos. Su famoso cuento “Tortuga” fue publicado en la versión inglesa de la revista Banipal y entró en la lista corta del Premio Caine de literatura africana cuyo jurado estaba presidido por el reconocido escritor J.M. Coetzee. Eso, sin contar con los numerosos premios que recibió en su país.
El fallecido escritor egipcio Yusuf Idris dijo de él: “Basta con leer un solo cuento de Hassouna Mosbahi para saber cómo viven los tunecinos, cómo piensan y cuáles son sus historias y mitos propios como si hubieras vivido en Túnez durante decenios”.
Mosbahi regresó a su país en 2004 y se instaló en su pequeño pueblo natal de Al-Dhahibat hasta que falleció el 4 de junio de 2025.
Traducción de Antonio Martínez Castro