Por Amal Fares
Khaled abandonó nuestro universo la noche del 30 de septiembre del 2023 y nos dejó mucha belleza en este mundo, que día a día se vuelve más extraño y desolado. Dejó muchos amigos, lectores y seres queridos, y también nos dejó algunos poemas cuya existencia desconocíamos.
Khaled Khalifa (1964-2023) fue un novelista, poeta, ensayista y guionista sirio, nacido en Alepo, que se mudó a Damasco en 1999. Es uno de los pocos escritores que optaron por permanecer en Siria después de las revoluciones del 2011 a pesar de la situación trágica del país. Su novela, Elogio del odio [Madih al-Karahiya] (2008) fue preseleccionada para el Premio Internacional de Ficción Árabe, y No hay cuchillos en las cocinas de esta ciudad [la sakakin fi matabij hadihi al al-Madinah] ganó La Medalla Naguib Mahfouz de Literatura en 2013. La muerte es un trabajo duro [Al-mawt ‘amal shaq] se publicó en 2016, y su última novela fue Nadie rezó sobre sus tumbas [Lam yusalli alaihum ahad] en 2019. Esta última también recibió una nominación para el Premio Internacional de Ficción Árabe.
Conocía a Khaled, como muchos lo conocían, a través de sus novelas. En 2011, leí el Elogio del odio y No hay cuchillos en las cocinas de esta ciudad. Más tarde nos hicimos amigos en Facebook; seguíamos constantemente los artículos el uno del otro e intercambiábamos reacciones en las fotos. Nuestra última conversación fue en mayo del año pasado, cuando me sorprendió con su mensaje felicitándome por mi cumpleaños. Así era Khaled hacia todos quienes lo conocían, «tan sencillo como el agua y claro como una bala de pistola»*.
* «Sencillo como el agua y claro como una bala de pistola», título de una colección de poesía de Riyad Al-Saleh Al-Hussein, 1982.
El día de su muerte, la noticia me sorprendió al igual que a todos; fue como un rayo para sus numerosos amigos, conocidos y lectores. Fue una mañana muy triste. Las fotografías de Khaled comenzaron a llenar cada página y cada noticia alrededor del mundo. Incluso en las plazas, los manifestantes de Al Suwaydaa, en el sur de Siria, quienes llevaban más de un mes protestando contra el gobierno, alzaban su fotografía y una carta de condolencias con el nombre de su última novela: «La muerte es un trabajo duro, Khaled, pero lo lograste fácilmente». Luego, Monzer Masri, el poeta y pintor sirio y amigo cercano de Khaled, publicó noticias sobre un borrador de la poesía de Khaled que él mismo había depositado en manos de Monzer hacía más de 15 años.
En una entrevista reciente en el canal BBC Árabe, respondiendo a la pregunta de su entrevistador sobre el motivo de su reticencia a abandonar Siria a pesar de la dificultad cotidiana, Khaled dijo que quería su parte de la vergüenza y el dolor, y que tenía la sensación de que si se viese obligado a emigrar, moriría, porque para él no había lugar en el mundo como su casa y no había ciudad en el mundo como Damasco. Quería compartir la desgracia con sus ciudadanos y se negó a abandonar el país, que ya no era apto para vivir, excepto para aquellos que no tenían medios para irse y para aquellos que compartían la visión de Khaled, aunque por motivos diferentes. Al final parece que Khaled lo logró: vivió su parte de la amargura siria hasta que su corazón no pudo soportar más, y abandonó la vida desde su casa y en la ciudad que tanto amaba.
Si nos fijamos en lo que Khaled escribió en sus últimos artículos, publicados meses antes de su muerte en la revista Al Majalla, notamos claramente que estaba escribiendo sobre aquella parte del dolor sirio que él reclamaba. Vivió cada detalle de la vida de las personas en su entorno, al igual que sus recuerdos de Damasco y Siria en general antes de la guerra. Dice en el siguiente párrafo: «¿Qué locura es que ahora los turistas vengan a visitar Damasco? Me imagino a los turistas colgándose las cámaras al cuello y mirando con asombro los rostros de las gentes que sobrevivieron una guerra que duró trece años […] inhalando el olor de sus especias, bailando hasta la madrugada en los bares de la vieja ciudad. La idea parece una especie de fantasía inimaginable, aunque desde hace años me despiertan pesadillas indescriptibles, cabezas decapitadas, cuchillos degollando a niños, pájaros que caen muertos de repente y sin previo aviso por el simple gesto de llegar a esta extraña ciudad llamada Damasco, que sus habitantes dicen que es la ciudad más antigua de la historia. Todavía cruzo sus calles a diario, y recuerdo que hace trece años no dejaba de recibir amigos de todas partes del mundo. Sus visitas eran mi alegría infinita: improvisábamos programas en una ciudad mansa y tranquila que ocultaba más en su silencio de lo que revelaba en sus palabras, pero siempre encontrábamos ratos soñolientos para pasarlos bebiendo por las noches y hablando de todos los temas que nunca paraban de fluir».
En estos artículos, Khaled nos contó casi de todo: sus recuerdos de infancia, los platillos favoritos que le preparaba su madre, el aislamiento, las ciudades derribadas, los pocos amigos que le quedaban después de los años de la guerra, que agotaron a todos y separaron a las familias y los amigos tratando de sobrellevar la vida dura … En suma, el lujo de reunirse ya no estaba disponible. El coste era prohibitivo, la ansiedad inquietaba los corazones, y la espera de un milagro que pudiese sacar al país de su modo paralizado parecía no tener fin; se volvió más como una especie de entrenamiento diario para la muerte. «Muchas familias vendieron sus posesiones e intercambiaron sus recuerdos por pan y medicinas, pero la escena en todo el país es inimaginable. Estos maravillosos seres humanos que proporcionaron a Siria los mejores médicos, ingenieros, abogados y escritores no participaron en las fiestas de la corrupción y no se sientan hoy a la mesa de los asesinos y saqueadores. Lo único que les queda, están vendiendo sus cosas pieza por pieza para poder mantener las necesidades básicas de la vida, como pan y medicinas».
Khaled también aborda un tema muy importante, que es la creciente tasa de suicidios debido a los años de guerra y la miseria que sufren las familias de la sociedad siria a raíz de las dificultades de la vida, de la falta de seguridad y de la desestabilización económica. Se trata de una crisis que aún continúa, como unas brasas que queman a todos sin dejar un solo rastro de humo. «Hace menos de dos meses, en las redes sociales, circularon noticias sobre el suicidio de un nuevo novio. Sorprendió a su novia cuando le dijo que iba camino hacia ella con un regalo precioso. La mató y se suicidó. Anteriormente se registraron muchos casos de suicidio en masa. La visión que la sociedad tenía del suicidio cambió: ya no era un acto reprensible. Un gran porcentaje de sirios coquetean con la muerte, considerándola su salvación colectiva. Creo que si los próximos años no traen una solución justa para Siria, el suicidio será un hecho cotidiano para grandes grupos de personas que no estarán dispuestas a morir y desaparecer del hambre. Quizás piensen que exagero al describir esta situación, pero un observador de los casos de suicidio en los últimos cinco años nota la coherencia al considerar el suicidio como un acto de desesperación y una verdadera protesta contra las malas condiciones. De lo contrario, ¿cómo se explica que un hombre mate a sus hijos, a su esposa y a sí mismo? Esto ha ocurrido muchas veces durante los últimos cinco años, y lo que más llama la atención es que ocurre en todas las regiones de Siria, ya sea en el territorio controlado del régimen o fuera de su control».
De los poemas que Khaled dejó escritos, el poeta Monzer Masri afirma en el texto preliminar que son «cincuenta y tres poemas, todos breves, ¡incluso poemas de no más de dos versos! Sólo dos poemas tienen título, y cinco están fechados por año sin ordenar, divididos en tres secciones». Monzer también menciona detalles sobre la visita de Khaled a su estudio el día que le entregó el manuscrito: «Khaled me sorprendió, durante una de sus visitas a mi estudio, sacando un cuaderno con una tira de metal y, entregándomelo en la mano, me dijo sin ningún rastro de broma:
—Esto es para ti… ¡Dejé la poesía por tu culpa! Tus poemas sobre Mustafa Antabli me hicieron decidir que debía convertirme en novelista.
—¡Esto es maravilloso, probablemente, lo mejor que puedo hacer por ti! —respondí sin ningún rastro de seriedad. Tenía razón, inusualmente, y salvé a Khaled de convertirse en poeta».
Me pregunto cuánto coraje debe tener un escritor para admitir que no es bueno escribiendo poesía. Debe de ser una de las cosas más difíciles, sobre todo para un gran novelista, que crea mundos y controla destinos, rendirse a la idea del fracaso a la hora de escribir poesía. Pero su decisión, sin duda, nos brindó a nosotros, sus lectores, una serie de maravillosas obras de ficción que tal vez no habría escrito si se hubiera ahogado en las olas de la poesía. Quizás es el gesto más honesto que logra hacer un autor, y Khaled lo hizo, y quizá por la misma razón permaneció en la apenada Siria a pesar de las muchas oportunidades que hubiera tenido de residir fuera.
A continuación presento una selección de los poemas de Khaled que he traducido al español.
1
Métodos de aclaración
Los estudiantes se sentaron en los bancos.
La maestra dijo: «Tenemos un pastel».
Los ojitos brillaron.
Sonreí.
Un estudiante, tan desnudo como un sequero,
tan descolorido como el único uniforme de la maestra,
gritó ferozmente:
«¡Queremos métodos de aclaración!».
2
Prisionero
Tienes deseos.
Y los ojos iluminan tu cara.
Oh, devoto
a las madrugadas
y al baile,
deja que la noche beba tus días
y que levante el resto de tu copa.
Los corazones te abrazan
y la rosa envía sus trenzas
para rodearte de alegría
y gloria,
y echado en los sofás
sigues siendo sincero
solo en espera de la libertad.
3
Otra vez
Una mujer puede quedarse dormida en mis brazos
y decirme: «te amo».
Una mujer lejana puede escribirme:
«te echo de menos».
Una mujer puede llorar frente a mis rosas marchitas
lamentando que ella me haya dejado y se haya casado con mi enemigo.
Y, por mí, una mujer podría arrojarse
desde el balcón.
Una mujer casada puede dejar a su familia.
Una mujer podría estar esperando en mi puerta
hasta el amanecer,
sin importarle las miradas de los vecinos,
y de sorpresa
me ve de la mano de otra.
4
Hierba
y tierra mojada
y una lápida
y una mujer en cuclillas llorando
y amigos
recordando detalles falsos.
¿Acaso esto no es
el arrepentimiento?
5
Finalmente vi el mar
y mi infancia está junto a su valla.
Vi el tiempo extendiéndose.
Casi te digo:
«¡observa
cómo pierde su profundidad!».
6
¿No es suficiente para ti
que yo no tenga rostro?
¡De tanto que me sopló tu viento!
¿No es suficiente para ti
que yo naciera
estrechando tu anillo
en mi manita?
¿No es suficiente para ti
que yo moriría
siendo tú mi único ángel?
7
Moriría por las rosas
que me darán
a cambio de tus pasos en las escaleras de mi casa.
Sentados en el salón,
las cabezas agachadas y tristes
en presencia de una mujer
que nunca dijo mi nombre,
a la cual le estrecharon la mano después de mi muerte
mientras lloraba como cualquier viuda respetable,
murmurando: «¡Nos íbamos a casar el año pasado,
quiero decir, el que viene!».
Elogiaron su sinceridad.
Susurraron que yo no era digno de ella
y que la engañaba con otras mujeres
menos bellas e inteligentes.
Y ahora soy un hombre muerto.
No por las rosas
ni por las canciones,
pero por la muerte,
quien no merece que nadie muera
por ella.
8
Un olor a muerte gotea de sus manos.
Detrás suyo camina una mujer que lleva rosas blancas.
Se niega a creer que está muerto.
Los dolientes agitan la mortaja y las hojas de laurel.
El féretro se acelera.
Él es un hombre muerto,
pero ustedes no lo pueden atrapar.
Quizá venga la primera mujer,
y la última,
y la que hay en el medio,
a llorarte y vocear tu nombre.
No les creería.
No estas muerto.
Tú me has abandonado
simplemente porque
te traicioné mil veces.
9
Todos hablan de mí,
pero no me conoce
nadie,
excepto tú.
10
Se me cansó el alma
y los pies de los dolientes nunca se rindieron.
No se cansaron sus manos.
Acaso no escuchan mis gemidos,
no olfatean mi aburrimiento.
Despacio, aguantan un poco
en la intersección frente a su casa,
y con el pretexto de cambiar mi sudario húmedo,
descansan.
Quizá ella los distraiga
y se deslice acurrucada a mi lado
golpeándome en la punta de la nariz
y me diga:
«Te amo así,
tirado en el suelo
y muerto».
Traducción de Amal Fares
Amal Fares es una escritora y traductora sirio-venezolana, que actualmente reside en Nueva York. Estudia Artes y Humanidades en departamento de cultura y lengua moderna en Monroe College. Es Columnista en la Revista trimestral Intercambios USA y publica sus traducciones de poesía siria moderna en la revista Círculo de Poesía, México. Pertenece a la Asociación Estadounidense de Traductores ATA, y desde 2018, ha publicado traducciones de autores como Jorge Comensal, Fernando Arrabal y Laura Restrepo.