Traducción de Carmen Ruiz Bravo-V.
El lugar, a la luz del recuerdo
1
Pena.
Visitar en sueños las ruinas de tu casa
y volver sin que el polvo se cuele por tus dedos
y se pegue a tus manos.
2
Delicadeza.
Regar las flores mustias
del vecino jardín
porque las flores de tu casa han muerto
secas, bajo el bombardeo.
3
Distancia.
Una geografía dominante
separa dos ciudades, miles
de millas de distancia.
En una dejaste la ropa tendida
y en la otra tiendes la mano al aire.
4
La mano suspendida sobre la aldaba
de tu antigua casa.
¿Y quién le dirá ahora
que «las casas ya no son de quienes las dejaron?»
5
Solo el agua
sabe por qué lloran las flores
en los felices balcones de las casas
que dejamos atrás.
6
Camino hacia tu nueva casa
hay una larga calle de nostalgia
que vas a recorrer perpetuamente.
7
Tú tocas el duro metal
del autobús, aquí,
y brota un narciso
en el pomo de hierro
de la puerta de tu casa, allá.
Así son de leales los hogares
con los dueños que los abandonan.
8
Te despiertas por la noche en medio
del sueño.
El grifo sigue goteando
en tu antigua cocina.
9
La vida cambiará,
y te darán una vivienda nueva,
pero tu espíritu seguirá, como un lobo,
aullando cada noche
en la escalera de tu antigua casa.
10
Tras la vieja ventana
tu figura, mirando cómo cae el agua.
Llora el haya, empapada,
y nadie se da cuenta.
11
La oscuridad
se extiende por las casas abandonadas
como hierba de abril.
Sin embargo, al lugar lo ilumina el recuerdo.
Poco antes de los treinta, me besó
Igual que una mujer mala, sin rasgos,
que vende su cuerpo haciendo una acera
concurrida, en Berlín,
bajo una verde haya
excavo una
pequeña fosa,
una pequeña fosa donde pueda enterrar
mis treinta años
un país en ruinas,
mi ropa de antes,
los muchos pares de zapatos
que había en los armarios de mi casa,
mis antiguos poemas
y tantos arrojados amantes.
Poco antes de los treinta…
Aplano bien la tierra, con todo cariño,
como hice con la tumba de mi padre en
un agosto de otro país.
«Los muertos no regresan»
musité con permiso del haya,
y me puse carmín
en los labios resecos.
«Vamos, anda, unos besos más
antes de que el jardín se agoste».
Yo y él
sabíamos muy bien que el jardín
que se abría esa mañana
no conocía nada de las ciudades que
habían probado el salado sudor
de mis pequeños pies
ni tenía experiencia de la guerra
que trituró mis ciudades primeras.
El jardín que se abría esa
mañana sonreía
a unas arrugas que aún no se me notaban en
la cara
e ignoraba que el amor es un
«sérum anti-envejecimiento».
Poco antes de los treinta,
como una mujer mala que vende su pasado por unos cuantos
euros a un borracho,
vendo esos años gratis
a guardias fronterizos de estados
que atravieso
huyendo de una guerra que
no he visto,
a los perceptores de impuestos de una Alemania
capitalista en la que vivo,
a los neonazis que gritan: no
queremos refugiados,
a los hombres que comentaron mi caftán
de pana multicolor, como los tulipanes,
en el momento del adiós
y que envié al infierno, tan sonrientes ellos,
tras enterrar sus flores…
sus cartas… y sus nombres…
sus voces roncas… y sus heridas bajo
otro verde árbol.
Poco antes de los treinta…
Me río por lo dura que es mi vida
y repito:
Una mujer enamorada es lo que soy,
una mujer que no envejece,
una mujer que no esconde las marcas de amor en
el cuello… el ombligo… los pechos
ni se arrepiente un día de la mordedura
de víbora entre sus muslos…
Una mujer de mala vida
que maldice un año mediado como un vaso
de vodka,
y ataca al régimen que manda en su país
aunque la barrera de seguridad está a unos pocos
metros
del portal de su casa.
Una mala mujer
que sonríe a los hombres extraños por la sola razón
de que uno le dijo, una vez:
Con esa sonrisa que Dios te ha dado,
no seas tan avara.
Una mujer que sonríe a los refugiados africanos,
a los vendedores del supermercado,
al perro de su vecino alemán,
al sangriento parte de noticias,
a la extraña
flor bajo la verde haya.
Una mujer fatal…
que cuando tiene entre los brazos
al hombre que ama,
en el abrazo alberga las nubes de su hogar.
Poco antes de los treinta
me desnudo delante del espejo
del verso
y le voy señalando:
Aquí están mis antiguas cicatrices,
aquí en la espalda, la de la piedra,
en la rodilla las de los guijarros,
la de un beso de amor reciente,
en el cuello,
la de la soledad, en mi poema.
Poco antes de los treinta…
aprendo más frases obscenas
sin olvidarme de borrar la palabra guerra
del idioma
y no hago una tragedia si se susurra: qué
mujer tan cruel.
Porque yo vendo treinta años
con todo lo que tienen
solo para gritarle al verso que
me besó… me besó…
poco antes de los treinta
me besó.
Si tuviera un jardín por corazón
Si tuviera un jardín por corazón
lanzaría a los árboles tu nombre
haría que la hierba creciera hacia tu casa
y que las blancas flores
iluminaran la distancia
oscura
entre tu corazón y el mío.
Si tuviera un jardín por corazón
dejaría que el malva de las flores
creciera a los pies de un soldado
que apunta
con el fusil al corazón de un niño,
le empujaría a ver lo bello que
crece sobre el suelo,
y a lo mejor se agacharía a contemplar
la belleza que crece a sus pies
y se olvidaría de disparar
a los seres vivos.
Si tuviera un jardín por corazón
convertiría los árboles en lechos
y en bancos para los amantes,
a ninguno dejaría esperando
en un banco,
y a ninguna sin un lecho
de amor,
ni dejaría que la madera de las estaciones
se hiciera eco de la espera.
Si tuviera un jardín por corazón
extendería las raíces de las hayas
de esta ciudad
hacia los olivos del
jardín de nuestra casa de campo en Kobane,
las regaría con el agua de mi corazón
y las vincularía al naranjo
que hay junto a mi ventana en la casa de Alepo;
les hablaría de países donde la gente no se mata
entre sí,
de países donde no mueren niños
bajo los escombros,
de países
donde la gente crece,
envejece,
encanece en compañía de los que más quieren,
y es enterrada en cementerios dignos.
Si tuviera un jardín por corazón
sería la madera de tu cama,
la madera de la silla en la que te sientas
para trabajar,
la madera de tus utensilios de cocina,
la madera del suelo de tu casa,
y la madera de tu duro corazón.
Si tuviera un jardín por corazón
te amaría con el corazón de mil árboles,
mil flores,
mil brotes de hierbas
silvestres
y este corazón mío
…
Si tuviera un jardín por corazón
transformaría en árboles
todo el hierro del mundo
pues solo los jardines no hieren
el corazón de los seres vivos,
y solo los jardines se alzan en contra
de las guerras.
Si tuviera un jardín por corazón
haría de mi cuerpo hierba
para tu cuerpo,
de mi pecho granada para tu mano,
de mi ombligo copa de vino tinto
para tu boca,
de mi oído ave de amor para tus poemas
y los míos,
y flores que crecieran en las fronteras
de nuestro país
por mil años y un exilio.
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Revista Banipal, núm 3,otoñ0-invierno 2020
Widad Nabi, escritora y poeta kurda de Siria nacida en la ciudad de Kobane en 1985.
Se licenció en la Facultad de Economía y Comercio de la Universidad de Alepo.
Escribe en varios periódicos y revistas culturales árabes.
Ha publicado una colección de poesía titulada Dahirat hubb, dahirat harb [Mediodía de amor, mediodía de guerra] (2013) en la editorial Kobia de Alepo, y una segunda colección de poesía titulada Al-maut w lau kanat jarda [La muerte a precio de chatarra] (2016) en la editorial al-Muwatin de Beirut. Sus poemas han sido traducidos al alemán, francés e inglés, y han sido publicados en varias revistas y antologías. Vive en Berlín.
Carmen Ruiz Bravo-Villasante (n. 1947 en Toranzo, Cantabria, España). Arabista, profesora (Catedrática de Literatura y Pensamiento Árabes Modernos en la Universidad Autónoma de Madrid, jubilada), investigadora, traductora y editora (CantArabia-Círculo CantArabia). Cofundadora y codirectora de la revista Idearabia. Es autora de libros y artículos. Entre sus traducciones del árabe están las obras de: Taha Husayn, Memorias (tercera parte de Al-Ayyam), Yubrán, Llama azul (cartas inéditas a Mayy Ziyada); A. al-Ahwani: El intelectual árabe y el neo-colonialismo; Adonís, Introducción a la poesía árabe, y La poética árabe, A. al-Bayati, Juicio en Nisapur (obra teatral) y Mi experiencia poética; N. Qabbani, Diario de una ciudad que se llamaba Beirut, y La República de Locuristán (teatro); A. al-Rihani, La luz de al-Andalus y Marruecos (literatura de viajes); Hanán al-Shayj: Imagen, icono, y antigua promesa (novela); Dahesh, Memorias de un dinar; M. Zafzaf, El zorro que viene y va (novela); y es antóloga-traductora de Yamil y Yamila (cuentos para niños de varios autores). Ha traducido el manuscrito árabe medieval inédito Las utilidades de los animales, de Ibn Bajtshu`/ Ibn al-Durayhim. También es traductora de numerosos textos de otros diversos autores y autoras, tanto poemas como narración y ensayo, publicados en antologías y revistas. Por otra parte, ha traducido del francés las obras: Anatomía de Israel, de Bichara Khader; El testamento filosófico de Roger Garaudy; y Problemas del islam árabe, de Abdallah Laroui, y del inglés, La forja de Egipto, de Shafiq Gurbal. Su próxima publicación será la edición bilingüe (inglés, con traducción al español) del viaje a México de Amín al-Rihani.