El libro ganador del Premio Sheikh Zayed del Libro
en la categoría de Literatura para el año 2024
Reseña de Nazek Fahmy
El libro más reciente de la escritora egipcia Reem Bassiouney (Al Halwani: la trilogía Fatimí), ambientado en los años 1019-1167, podría apreciarse como una precuela que a la vez secuela de sus otras novelas. La trama gira en torno a tres próceres de importancia titánica en la historia egipcia: un siciliano (Chauhar al-Siqilí), un armenio (Badr al-Jamali) y uno kurdo (Yusuf Ibn Ayub). Al margen de lo conocidos que sean, ninguno es de origen egipcio; sin embargo, los tres efectuaron cambios duraderos en la vida de su país adoptivo durante unas décadas marcadas por las luchas internas, insurrecciones, e invasiones extranjeras que sacudieron a Egipto.
La trilogía de un solo volumen narra la historia de Chauhar al-Siqilí, Badr al-Jamali y Yusuf Ibn Ayub, mejor conocido como Saladino. Las batallas y los logros de cada uno pueden verificarse en la Historia con mayúscula, pero la narrativa elabora los eventos a través de los rumores de la misma. Estos transmiten la genialidad incomparable de los mitos y los secretos revelados, que contienen la magia de las crónicas pasadas. Las alusiones místicas, los hechos y las leyendas se combinan para disipar la niebla de la narración histórica.
Los eventos están interpelados por una mezcla de personajes ficticios, y a veces se desvían en largos discursos sobre la búsqueda de Dios, del amor o del sentido de la vida. Incluso los hechos más inocuos se construyen mediante preguntas de ambigüedad lírica y aforismos, lo cual contribuye a la sensación de atemporalidad en una narrativa arraigada en el tiempo.
El ladrillo o la piedra —tanto literal como metafórica— se presenta como el legado principal. Mientras que El Cairo se construyó para reemplazar a Fustat como la capital, la mezquita de Al-Azhar se irguió con el fin de recibir a la secta chiíes del invasor norteafricano. Mientras tanto, la restauración y construcción posterior de mezquitas suníes se hizo con el fin de reconciliar y restablecer el equilibrio entre las dos sectas islámicas.
Por desgracia, la atmósfera de la construcción contiene también la destrucción. Las quemas, los incendios, la peste y la hambruna suceden junto a las nuevas estructuras que se levantan en la novela. El destino de los personajes redondos se conjuga en un mundo precario lleno de traiciones e intrigas cortesanas, y se ve afectado por la codicia, la arbitrariedad política y las hostilidades sectarias. Los sucesos de la trama comprenden incongruidades: los desollamientos horrorosos y las matanzas públicas, las cabezas degolladas y los cuerpos putrefactos ocupan el mismo espacio que los anhelos románticos y los perfumes del paraíso.
El ladrillo puede crear un monumento perdurable, pero a la vez revela un camino humano de sueños, aspiraciones, deseos, sufrimientos, tanto reales como imaginarios. La trama principal y las subtramas pertenecen a su época: los niños secuestrados se convierten en unos caudillos monstruosos, y las esclavas se transforman en las esposas más queridas. Imperan la crueldad y la brutalidad: la espada blandida continuamente a diestra y siniestra corta el hálito de vida de los hombres, reduciéndolos a manantiales de sangre. Asimismo ocurre con las arcas de la riqueza acumulada, que resuenan con miles de dírhams y dinares, y brillan con esmeraldas y rubíes.
Al-Halwani (o «el pastelero») del título se refiere claramente a la época fatimí, ya que los egipcios deben su alta repostería a los fatimíes: los buñuelos, qateyef y konafa chorreantes de almíbar, las muñecas de azúcar de belleza singular y los jinetes rebosantes de color hechos para el deleite de los niños durante el moulid o el aniversario del Profeta Mahoma —además de muchos otros dulces rellenos de nueces y hierbas exóticas— se remontan a esa época. (Esta adición culinaria a la cultura indígena se celebra con un glosario, deliciosamente añadido al final del libro).
Más allá de ofrecer alegrías al paladar, los dulces son el hilo conductor que orgánicamente conecta esta narrativa de tres partes. Los pasteles incluso cobran vida propia, convirtiéndose en personajes y actores animados, a veces influyendo en los personajes y la trama, y transcienden milagrosamente su frágil y quebradiza existencia, sorprendentemente adquiriendo una dimensión filosófica. Los muñecos de azúcar y los jinetes no solo se transforman en una pasión, una estratagema de supervivencia, sino que también se convierten en el ethos, el alma de Egipto. El pastelero histórico fue el nieto y el homónimo del siciliano, y en las hábiles manos de la autora, se convierte en un avatar ubicuo, un mito que desaparece suavemente y reaparece entre una y otra época, en un lugar y otro.
Al final, el amor lo conquista todo. Cada uno de los tres nudos de la trama adquiere humanidad eventualmente mediante un romance maravilloso, protagonizado por una heroína que representa la feminidad invencible. Si los hombres ganan a través del coraje, la destreza militar y la voluntad infatigable, nunca están más allá de ser desarmados por la paciencia y devoción encantadoras de una mujer. Ellas pueden ser santas y abnegadas, o astutas, intrigantes y agresivas, pero comparten las melodías de un discurso poético singular, logrando reveses inesperados a lo largo de la novela. El más despiadado de los guerreros se convierte en el más gentil de los amantes, y el cuerpo deforme se convierte en la fuente más buscada de éxtasis nupcial.
Al tratarse de dinastías y épocas, el libro tiene muchos hilos convergentes y divergentes. A medida que los recuerdos y las realidades se entrelazan entre sí, sucede una especie de superposición del pasado y el presente. A veces la prosa es barroca, incluso prismática, mezclando tiempos y espacios.
Este es un viaje de placer para el viajero en el tiempo que, sin embargo, es denso y a veces desconcertante. Al-Halwani: la trilogía fatimí no solo es un testimonio de la riqueza y la diversidad de la historia y la cultura egipcias, sino también de su complejidad, su mezcla de razas —de África, Asia y Europa— y su sincretismo de creencias y doctrinas, desde el folclore de la brujería pagana al cristianismo copto y las doctrinas sunitas y chiíes.
Más allá de la historia y la ficción, Al-Halwani: la trilogía fatimí es una celebración del arte de contar y narrar como una función del ser humano que se desdobla en el tiempo y que vale la pena emprender por sí mismo. El lenguaje entrelaza historias, y como los mejores pasteles, las palabras son dulces: se derriten en la boca.
Nazik Adel Fahmy,
profesora de Inglés. Facultad de Artes,
Universidad de Alejandría, Egipto
Traducción del inglés de Joselyn Michelle Almeida