Traducción de María Luisa Prieto

ESCOMBROS
Tú que vienes de lejos
que estás en el umbral de esos finales
que tienes la nariz llena de olores aterradores
desconocidos
en el aire.
Tú cuyos pies pisan
esta tierra baldía.
Espera un poco,
hay una niña
con la mano extendida
entre las grietas
y su corazón
tiembla
bajo la tierra.
LAS MIRADAS DE NUESTROS NIÑOS
ENTRE LAS RUINAS
No son hacia abajo
ni son hacia arriba
siempre fijas
siempre firmes
siempre claras
siempre hacia unos finales,
nadie las vio.
Los que afirmaron
que vieron la luz
no vieron los ojos de nuestros niños
mirando desde lejos
tristes, muertos, irónicos —los ojos de nuestros niños—
mirándonos a nosotros / a ellos
a nosotros
y a ellos
desde detrás de los siglos.
SENTADO FRENTE AL TELEVISOR VIENDO EL EXTERMINIO
Quise decir misericordia pero bullía mucho sarcasmo en todo, y las cajas de la misericordia excavaban los caminos borrados, pero permanecían vacías, excepto de insectos con caras extrañas, pechos colgando de la boca del infierno, el eco brutal, la envoltura de la cabeza, el interior del ojo, la melancolía del corazón y la desolación del alma.
Quise decir
Quise decir tristeza pero cosas enormes sin nombre y otras cosas también de origen desconocido y visiones de ángeles extraviados soplaron en el rostro de mi alma, y yo sólo era el que estaba desde la eternidad al lado del camino esperando un autobús que me sacara de esta tristeza. Quise decir
Quise decir crimen, el crimen evidente, el crimen múltiple, el crimen completo, las manos levantadas, los puños cerrados, todos los dioses vengadores en un solo puño, en un alarido, explotando sesos en las aceras, llevando la sangre derramada a las bocas de los seres hambrientos de abajo. Quise decir
Quise decir locura, visiones de muerte, visiones de destrucción, chalecos salvavidas, comida de un día y una noche, sueños de buenas noches, y la carne no es lo que se pudre en esas cajas luminosas sino lo que fluye, se derrite y se queda pegado en las paredes, y es negro como la boca del lobo, y eterno. Quise decir
Quise decir grito, y en la garganta no hay aullidos, ni siquiera los aullidos del silencio, ni aullidos después del silencio, no hay nada en las criaturas que haga que las garras de la muerte salgan de la garganta una y otra vez, y para siempre. Quise decir
Quise decir maldición.
¿Hay, después de hoy,
Tú,
Dios?
Quise decir sólo desesperación radiante a mi lado, y lo que brilla no es luz. Aunque se mostraran todas las ventanas, todas las puertas, todas las lámparas del planeta, los soles y los ojos deslumbrados, aunque todo se iluminara a la vez, no se disiparía esta densa oscuridad opresora cual montañas profanas sobre montañas profanas. Quise decir
Quise decir decepción, el engaño de la descendencia, y ese idioma que se ha vuelto atormentador, su mera frase, su mero trazado es un lenguaje entre idiomas, un lugar lejano, una mancha entre manchas, en la faz de un día que no llega, un cielo desgarrado sobre ninguna cabeza, un suelo desgarrado bajo ningún pie. Quise decir
Quise decir inocencia, la búsqueda miserable de los brotes de los campos, las voces cuyos gritos más fuertes son un susurro ahogado, brotes bombardeados por la brisa, o señas de manos desde lejos, o nada más que palabras que permanecen aprisionadas en las paredes de una boca mellada, o miradas, simples miradas condensadas en un espacio vacío. Quise decir
Quise decir Historia, la primera bofetada, como la primera bala, como el primer tanque, como el primer amigo que volvió sin estómago, y cómo le cuento todo esto al amable vecino español, cómo le cuento, mientras riega las flores en su jardín, y su gracioso perro mueve la cola con agitada alegría, que los gatos, los perros y los burros son la idea del desesperado y el hálito del hambriento en las matanzas. Quise decir
Quise decir cuchillos, no la sangre que fluye ni la carne que se corta, sino la tremenda velocidad con la que todo sucede: corderos, carneros, vacas, búfalos y todo lo que se empaqueta en un santiamén en bolsas de papel preparadas para la reunión familiar, mientras este mundo es otro matadero, como debe reconocer el ingenuo en los asuntos del planeta y las acciones de la humanidad. Quise decir
Quise decir dolor, las luminosas habitaciones de la ilusión ya no llevan a nadie en el viaje de los trenes rápidos, entre andenes y ciudades de ensueño, multitud por todas partes, alguien que lleva rosas, una reunión de adolescentes el día de la graduación, el verano que ha traído sus brillantes promesas, y un hombre solitario que se sienta en su propio regazo y no se mueve en nada ni nada se mueve en él. Quise decir
Quise decir ahogamiento en un cadáver, en el pensamiento de un cadáver, mientras la resurrección ahora está a la distancia de una mirada continua, atónita, helada, y los apóstoles son hijos de la mentira absoluta; todo se ha secado, la planta no encuentra una mirada tierna, y en la mandíbula hay filos de metal que muelen la esperanza y amasan las sonrisas. Quise decir
Quise decir silencio, la mano sumisa no alcanza pan ni oración, el día ardiente, el canto del sótano, la tumba, las nubes llueven insectos electrónicos que destruyen el aliento, las manos apretadas no se convierten en brasa, y el frío es hielo que pica el corazón y deja un olor que no desaparece. Quise decir
Quise decir camino, los días pasajeros, los pies cansados, lo que viola el laberinto entre los desiertos no es más que mi corazón, bajo cuya nieve cayó un pino en el invierno del mundo, un cachorro de lobo solitario en un desierto en carreteras saqueadas por camiones. Quise decir
Quise decir afasia, las aguas coaguladas en lo profundo del alma, y todo lo que se dijo hasta no ser más que una mota de polvo en el espacio, y te tocó a ti, saludo errante a la intemperie, ayudar a un extraño que siguió llamando hasta convertirse en una burbuja en la faz de un pantano putrefacto, y te tocó a ti, muerte, venir de golpe, no para convertirte en una mera tos ahogada entre pasillos sordos y paredes mudas. Quise decir
Quise decir cansancio, lo que se filtra en los dedos y se queda en los huesos, lo que sobrevive a la noche pero no sobrevive realmente, la incapacidad grave, la imaginación deteriorada y el polvo que cae del cuerpo sentado a la mesa de la mañana, extenuado en la silla del día, y ya no hay palabras que llenen esta identidad mutilada, este abismo persistente, ni ojos que lloren, se cierren, parpadeen y olviden; el pulmón es un sótano y el corazón un pozo y una piedra en un viejo muro. Quise decir
Quise decir memoria, y esa lluvia torrencial detrás de una ventana que se aleja y se aleja hasta que ya no hay camino ni señal; el dolor es un árbol en el desierto, la herencia de antepasados muertos para descendientes aún más muertos. Quise decir
Quise decir sueños, una habitación desnuda en una esquina del mundo. Cierro los ojos y todo desaparece de una vez, y siento esas manos royéndome la cara con sus toques ocultos, y alguien susurrándome al oído que todo lo que vi y lo que veo es sólo un mundo que aún no ha comenzado o que comenzó después de mí. Quise decir
Quise decir.
MI GENTE
Estamos en una tierra —nos dijeron— que no es nuestra tierra
bajo un cielo —nos dijeron— que no es nuestro cielo.
Mi gente vive su muerte.
No sabemos cómo llegamos hasta aquí
y no hay otro lugar adonde ir
pero en el colmo de la desesperación, hablamos con los dioses de la diáspora:
Ayudadnos, dioses
a entender este dilema,
no queremos herir los sentimientos del desierto
ni perturbar la quietud de la montaña,
la ciudad es grande y sus murallas son altas.
¿Hacia dónde ir?
Estábamos en un jardín sin saber si era –también- nuestro
el jardín no era el más bonito
porque no tenía árboles ni frutos
ni pájaros que anidaran en las ruinas de nuestras almas.
Estábamos aquí un día
y dijimos: éste es nuestro jardín
y cavamos nuestras madrigueras con agujas
nos escondimos del ardiente sol en la sombra de nuestros recuerdos lejanos
de una vida que nos dijeron que —tampoco— era nuestra.
No vinimos de ningún lado ni de ningún lugar
caímos como polvo de una estrella muerta
por pura coincidencia astrológica
de la confluencia del sol con el planeta de la desesperación;
no sabemos lo que había al principio
ni lo que habrá al final
ya sólo recordamos
que estamos aquí
compartimos un pan seco
un mundo seco
lágrimas de ríos secos
y madres.
No tenemos un color
y tenemos todos los colores
no hay rasgos más duros o más suaves
ni lenguaje
no hay un punto de partida
ni hay destino final.
En cada aeropuerto de este planeta
uno de nosotros
describe a un extraño el motivo de su existencia en esta tierra.
Vivimos una vida emocionante:
cada día es una aventura,
cada respiración un milagro,
y cuando morimos finalmente
morimos mucho.
Partir nos entristece y la diáspora nos asusta;
nuestra muerte es un alboroto suficiente
para otro día emocionante en el cielo.
Ningún dios nos prometió nada y las Escrituras olvidaron mencionarnos
nos dejaron persiguiendo fantasmas que nos persiguen
por un ascensor
que ya no asciende
a ningún cielo.
Mi gente inscribe los nombres de sus hijos en las manos y en las piernas
para reconocerlos en los asesinatos,
dirigen sus miradas lejos, hacia los campos
y no olvidan palpar en los caminos
cada piedra que grita
cada rama imposible
tal vez una señal o un sonido
quizá una melodía o una oración
que vuelva a unirlos
en una sola oscuridad.
EL ESTRUENDO
Cuando las bombas explotan
cerramos los ojos
una vez y para siempre
porque todavía recordamos lo que les sucedió
a las otras paredes
que mantuvieron los ojos abiertos.
HIENAS
Hienas en su noche metálica
jadeando, jadeando, jadeando.
Nada detiene esa tempestad
nada extingue esa lava
nada protege las pequeñas miradas de terror encendido
—asesinadas
después de
asesinadas—
en el hielo de sus ojos muertos.
Hienas, hienas
riendo y retorciéndose
para anunciar su victoria final
sobre un muñeco todavía aferrado a la mano de un niño
sobre la ropa interior de una mujer a la que raptó el sueño
y sobre el bastón de un anciano que busca entre los pasos
sus pasos perdidos.
Hienas, hienas
ebrias, revolcándose en la ruinas de un aula escolar
se ríen del dibujo de un corazón
que un chico olvidó en una pizarra,
de una palabra de amor
que una chica susurró una mañana
y una nube pasajera le confió.
Ratas cínicas devastan las ciudades
devoran los campos, saquean las casas,
pelean, arrebatan, despedazan,
devoran las manos, los pies, los corazones y los rostros,
devoran todo lo devorable
y todo lo no devorable,
y cuando no encuentran nada para saciar su hambre de carne
y su sed de sangre
se retuercen impotentes en los pasillos de la nada
y devoran los restos de su imagen en los espejos de la tierra.
Perros del infierno.
En sus ojos está el fuego de los siglos
y hay rabia en su sangre
jadean, relinchan, se inflaman,
hierven con la baba de las maldiciones
y con el ansia de matar ungen el aire,
sus hocicos rezumantes de lujuria
son una brújula que nunca pierde su dirección,
en sus gargantas hay antiguas cuevas aullantes,
en sus colmillos hay carroña de pensamientos negros
y en sus pezuñas hay barro de masacres y lodo de desastres.
Perros robot callejeros
acero de la opresión eterna
piel desgarrada de la civilización
logaritmos de la nada surgiendo de la nada
para destrozar —con sus insolentes ladridos— la faz del mundo
para morder —de camino hacia todo— todo:
árboles, piedras, canciones, sueños,
cada rosa fresca
y cada idea brillante.
LA MASACRE
Así los veo, lo veo todo con suma claridad, con un brillo deslumbrante;
veo un pie en lugar de una mano, un puño saliendo de una boca, y veo cuerpos como troncos de árboles cortados y dispersos. ¿Qué importa al final, mientras enterremos todo en una sola mirada?
Sabemos que hemos llegado a donde no hay vuelta atrás. Lo llamamos punto de no retorno o punto de no ida, indistintamente. Seguimos aquí, en el mismo lugar de dolor, viendo el rostro, el cabello, los dientes y quizás la sonrisa de un niño, brotando en el brazo de otro niño. Estamos desconcertados, incapaces de hablar y todo lo demás, aterrorizados por lo que creemos que es una aguja gigante que ha venido a volver a unir todos estos despojos.
UNA SALIDA SILENCIOSA
En terrible silencio
salieron
de vez en cuando
alguien se da la vuelta
y pregunta a su vecino más cercano
la hora.
De vez en cuando
una mano ensangrentada les hace señas
por debajo de los escombros.
EL CHICO
¿Y si hubiera visto al chico?
¿Y si su cabeza estuviera sobre su cuerpo, separada también por la fuerza del terror, de modo que la cara fuera otra cosa? Pienso, ¿y si la cara fuera un espejo?
Pero los ojos son los ojos
la tierra es la tierra
y la cara no es un espejo.
La escena también puede ser otra
porque los que miran no miran realmente (¿o quizás miran?)
A unos metros de distancia un hombre conversa con otros hombres como si fueran extraños que se conocen en una fiesta, o como si estuvieran en un parque de atracciones; padres que esperan el regreso de sus hijos del cielo.
Uno de ellos mira de reojo, como una figura marginal en una pintura realista de la época del Renacimiento, pero sus ojos están divididos, hacia el chico y lejos de él, y si miras atentamente la imagen, lo verás gritando su nombre, pero después de que todo termine.
Pero ¿y si veo al chico? ¿Qué le añado? ¿Qué le quito? ¿Qué debo entender de sus patillas bien definidas en las mejillas? ¿Qué entiendo de su boca deformada? ¿Un grito, un grito silencioso, un grito perforado, un grito cortado, un grito completo o un grito que complete su rotación después de que todos hayan desaparecido, después de que los zapatos dejen el polvo, después de que el sol se ponga como solía hacer y vuelva a brillar como solía hacer? ¿Qué significa todo esto? ¿Creo ahora que las caras siguen colgadas allí, en un pasillo secreto que solo el aire puede ver, o creo en la palabra que desaparece después de decirse y cuyo lugar permanece después de desaparecer?
La cara está fija cual grabado en la pared
el cielo es testigo
las nubes son testigos
los pájaros son testigos
las piedras son testigos
y el polvo es testigo
y son testigos los ojos en los que queda
un solo brillo.
Pero
¿y si
el chico me ha visto?
Samer Abu Hawwash es un poeta, escritor y traductor palestino, nacido en Beirut en 1972. Publica desde 1991 en varias revistas y periódicos libaneses. Se licenció en Periodismo y Comunicación por la Universidad Libanesa en 1996. Publicó su primer poemario, titulado La vida se imprime en Nueva York, en 1977, al que han seguido otros nueve, entre ellos: Te mataré, muerte, Último selfie con un mundo moribundo, Felicidad o una serie de explosiones que sacudieron la capital, Así no se hace la pizza, Ruinas. Residió y trabajó desde 2004 en Emiratos Árabes Unidos, ejerciendo una actividad de traductor de poesía estadounidense y obras de ficción en lengua inglesa. En la actualidad, reside en Barcelona. Ha traducido al árabe a más de veinte poetas estadounidenses, entre ellos Charles Buckowski, Langston Hughes, Kim Addonizio, Robert Bly, además de más de cuarenta obras de los más importantes escritores estadounidenses, entre ellas: On the Road, de Jack Kerouac, Life of Pi, de Yann Martel y Buddha of Suburbia, de Hanif Kureishi. En 2009 fue uno de los 39 autores árabes elegidos para el proyecto Beirut39, que tuvo lugar en Beirut en 2009-2010 con motivo de ser la Capital Mundial del Libro. En este año, 2024, obtuvo el premio Sargón Boulus de poesía y traducción.
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