Saturday, August 16, 2025

Dos capítulos de la novela de Badriya al-Bishr

Una semana más tarde la madre de Saad vino a casa y nos anunció que la boda de Saad y Elyazi sería en un mes. Nos invitó a todos a la boda y casi que se disculpó por la falta de música y baile. A cambio, habría una gran cena para compensar, pues así lo había querido Saad. En invierno la vida del barrio se ralentizaba, las azoteas se quedaban sin chicas y sin amor. Ni una sola historia de amor prosperó en las azoteas aquel año. Todas las historias tomaron un curso distinto al deseado. Awatif se casó con Rashid, mientras que Elyazi lo hizo con Saad. Elyazi incluso me dijo que no sentía nada por Saad, sino que le gustaba Yusuf, el chico guapo que cuidaba las palomas en la azotea lindante con la suya. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de hablar con él. Mutaib tampoco estaba muy contento con la boda entre Elyazi y Saad, pero esta haría que los lazos entre su familia y el resto del vecindario se estrecharan y así dejarían de ser distintos al resto. Su familia estaría por fin incluida en el intricado tejido de relaciones del barrio. Por mucho que su situación hubiera mejorado y subido sus ingresos, los vecinos nunca olvidarían que aquella pequeña familia había vivido de su caridad cuando llegaron al barrio. La pobreza había desaparecido, pero no su marca. Por eso aquel matrimonio era su oportunidad para ser reconocidos y convertirse en una familia digna y más respetable.

Los espíritus de Eddo, primer capítulo de novela de la sudanesa...

Como cualquier otro ser vivo, Mama Lucy no sabía nada sobre el destino y no planeaba ni pensaba en esa generosidad maternal que la rodeó como una maldición. La cuestión es que su madre la tuvo solo a ella o mejor dicho fue la única que sobrevivió de sus diez hermanos que fueron muriendo antes de cumplir su primer año. Como consecuencia, su madre vivió durante muchos años el dolor de la pérdida, un dolor que se iba renovando cada año con el cre-cimiento de un niño tan rápido como la mala hierba, para ser arrebatado por la muerte mientras dormía sin que se deteriorase su salud. Los enterraba como si estuviesen dormidos para que sus tumbas se mantuvieran templadas durante algunos días, mientras imaginaba que podía escuchar sus llantos, sus cuerpos cálidos, sus partes lánguidas, mas sus corazones no latían.

UNA VECINA DE TÚNEZ, Dos capítulos de la novela, de Habib...

Ahora la veo todos los días, varias veces. Se llama Zahra, pero la mayor parte de los habitantes del edifico le dicen «Madame Mansur». Otros la llaman «la sirvienta» o «la tunecina», del mismo modo que a Madame Rodrigues, la señora que viene cada tarde a sacar los contenedores de basura a la calle, la conocen por «la portuguesa», o al señor González, que vive en un apartamento del quinto piso, como «el español».

Una bicicleta devuelve al camarada del viejo partido, Un relato del...

Generalmente la esperaba en un cruce que le permitía controlar todas las direcciones sin levantar sospechas. Las instrucciones del partido le obligaban a comprobar que el lugar era seguro, y a marcharse de inmediato ante la menor sospecha de que algo pudiese ir mal. Si se le insinuaba esta sensación, significaba que algo sucedía entre las sombras, y aunque a veces no tenía evidencias de que hubiese algún peligro, abandonaba el lugar al instante.

LA NOCHE DESVELA LOS SECRETOS DEL DÍA, Relato de Rachida El-Cherni

Ahogó el enfado en su interior, se cubrió a toda prisa con un chal de lana y abrió la puerta con cautela; se coló un aire frío al interior y los perros se abalanzaron sobre ella. Dejó pasar al más pequeño, volvió a cerrar la puerta y apagó la luz. Le acarició la cabeza y trató de distraerse con una serie de televisión, pero su mente se mantenía atenta a cualquier sonido. El chucho se tumbó frente a ella y la miró por un largo rato. Ella detectó un brillo en su mirada, como si quisiera conversar con su pesar para tranquilizarla. Le sonrió con ternura e inmediatamente escuchó unos ladridos afuera que la sobresaltaron y se puso en pie espantada. Miró por una rendija de la ventana y vio una luz intensa que se acercaba. A primera vista creyó que su esposo regresaba a recogerla, pero enseguida se percató de que el furgón era diferente y se convenció de que ella sería la próxima víctima en la región. Se estremeció y se dijo a sí misma: «Lo que tienes que hacer, Nawara, es salvar el pellejo».

Fatima Abdulhamid: Extracto de la novela El horizonte más alto

Bueno, todas las ideas comunes en la tierra sobre el momento en que comencé a ejercitar esta actividad son inexactas, además, el comienzo no te importa, lo único que tienes que comprender es que soy el toque final, el toque que recorre tu dolor crónico después de una larga lucha contra la enfermedad y te hace preguntarte: ¿adónde se ha ido todo ese dolor de repente? Soy el origen de tu instinto de miedo desde que eras un feto y te aseguro que olvidar mi existencia es una solución que no te salvará, pues de una manera que ningún ser creado puede comprender, todos los puestos superiores están determinados en el lecho del Creador y por desgracia mi trabajo es estar disponible para atraparte. Yo no desciendo de una familia de pura luz como el resto de los ángeles ni fui creado de fuego como los demonios… fui creado de luz y fuego, por eso se me confió esta tarea temible, la tarea de aligerar la tierra del peso de sus criaturas. Por tanto, merezco, por justicia, que no me angustiéis con todo este dolor mundano. Te salvaré de muchos tiranos y de algunos ricos aburridos con aviones privados, y salvaré a algunos de vosotros de una vida crónicamente enferma que los agota, y agota a quienes los rodean.

El cadáver, un relato de la iraquí Salima Salih

Cuando Amín al-Qásimi y su hermano entraron en el hospital militar, un vigilante los paró en la recepción del edificio, con un manojo de llaves. Les pidió que aguardasen. Después, abrió la puerta de hierro que había en el lateral derecho de la entrada. Desde donde estaban podían ver la sala rectangular, atestada, según les pareció, de cadáveres alineados en dos hileras en paralelo a la pared. La luz que se desprendía de los ventanucos cercanos al techo y se reflejaba sobre la pared de enfrente, iluminaba toda la estancia y permitía distinguir los cadáveres. Parecían manchas luminosas sobre el negro suelo.

Quiero amar esta noche, cuento de la escritora marroquí Latifa Labsir

Me acomodo muy cerca de la ventana y me abrigo con el chaquetón marrón que, aunque al ponérmelo siento dolor, no quiero dejar de usar. Cada vez que la soledad me atenaza, recuerdo cómo los dedos de la anciana lo tejían con extraña parsimonia, como si prolongara el tiempo de mis frecuentes visitas para preguntar por él. Probablemente, ella no sabía que yo también deseaba retardar su confección para seguir visitándola por la noche y tomar el té pesado que preparaba su marido, mientras escuchaba bellas canciones antiguas que me acunaban el corazón de un modo especial.

Caída libre, fragmento de la novela, de Abeer Esber

Aquella mañana de un día caluroso, maté a mi padre. Aunque a primera vista parezca un delirio freudiano, eso fue lo que sucedió después de una riña escandalosa junto al cementerio. Subíamos las escaleras de casa tras volver de una consulta médica que nos había ocupado toda la mañana del miércoles.

EINSTEIN relato de Gilane El-Shamsy

A la izquierda hay algunas fotos antiguas para devolverme a esa amargura cada vez que las miro. Una foto en blanco y negro de un cuervo que me dio una amiga antes de irse de la empresa. Y en medio de la pared que tengo delante una foto de Einstein. ¿¡De Einstein!? Intento poner el cerebro en marcha para recordar cuándo puse aquella foto ahí. Me acerco más a ella. Es una foto suya muy famosa. Una foto en blanco y negro de un primer plano de su cara en la que sale sacando la lengua. Una foto que había visto cientos de veces en distintos sitios web, pero que no recordaba haber impreso y colgado. El mozo viene y pone el Nescafé delante de mí. Sigue mi mirada errante hacia la foto y parece sentir su importancia.