AL AMPARO DE LA LUNA, un cuento de Ibtisam Azem
A medianoche, la luna llena pende del cielo, sujeta por hilos a las estrellas de alrededor. El viento arrecia y amaina jugando en el espacio libre entre el satélite y los astros. Tumbado en la estera, las manos bajo la cabeza, Nadim piensa que puede tomar la luna si extiende el brazo por completo. Traslada la mirada hasta dar con los cipreses que cercan el huerto; parecen enormes junto a los diminutos almendros. Es la primera noche que pasan a la intemperie. La calma del lugar no revela el miedo sufrido en los enfrentamientos que han tenido lugar de día en su aldea. La abandonaron y se refugiaron en el huerto de un pueblo cercano. Marcharon atemorizados llevando a la espalda la grave preocupación del día. Una vez en la finca, ninguno tuvo la fuerza de seguir soportando esa carga: se tumbaron a descansar para que el suelo sostuviera sus cuerpos por unas pocas horas.
Dos capítulos de la novela de Badriya al-Bishr
Una semana más tarde la madre de Saad vino a casa y nos anunció que la boda de Saad y Elyazi sería en un mes. Nos invitó a todos a la boda y casi que se disculpó por la falta de música y baile. A cambio, habría una gran cena para compensar, pues así lo había querido Saad. En invierno la vida del barrio se ralentizaba, las azoteas se quedaban sin chicas y sin amor. Ni una sola historia de amor prosperó en las azoteas aquel año. Todas las historias tomaron un curso distinto al deseado. Awatif se casó con Rashid, mientras que Elyazi lo hizo con Saad. Elyazi incluso me dijo que no sentía nada por Saad, sino que le gustaba Yusuf, el chico guapo que cuidaba las palomas en la azotea lindante con la suya. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de hablar con él. Mutaib tampoco estaba muy contento con la boda entre Elyazi y Saad, pero esta haría que los lazos entre su familia y el resto del vecindario se estrecharan y así dejarían de ser distintos al resto. Su familia estaría por fin incluida en el intricado tejido de relaciones del barrio. Por mucho que su situación hubiera mejorado y subido sus ingresos, los vecinos nunca olvidarían que aquella pequeña familia había vivido de su caridad cuando llegaron al barrio. La pobreza había desaparecido, pero no su marca. Por eso aquel matrimonio era su oportunidad para ser reconocidos y convertirse en una familia digna y más respetable.
EINSTEIN relato de Gilane El-Shamsy
A la izquierda hay algunas fotos antiguas para devolverme a esa amargura cada vez que las miro. Una foto en blanco y negro de un cuervo que me dio una amiga antes de irse de la empresa. Y en medio de la pared que tengo delante una foto de Einstein. ¿¡De Einstein!? Intento poner el cerebro en marcha para recordar cuándo puse aquella foto ahí. Me acerco más a ella. Es una foto suya muy famosa. Una foto en blanco y negro de un primer plano de su cara en la que sale sacando la lengua. Una foto que había visto cientos de veces en distintos sitios web, pero que no recordaba haber impreso y colgado. El mozo viene y pone el Nescafé delante de mí. Sigue mi mirada errante hacia la foto y parece sentir su importancia.
El guardia del cementerio de la Commonwealth, relato de Sofiene Rajab
Si contemplas detenidamente el mapa de Túnez, verás que encarna la imagen de una mujer de pie asomándose al Mediterráneo desde su balcón con los pies hundidos en la arena del desierto del Sahara. Si te fijas bien en su pecho, podrás visualizar una pieza que brilla a la luz del sol mientras vibra en ese collar que el país luce en el cuello. No se trata por supuesto de una condecoración, porque quien se la colocó fue sólo un colono.
UNA VECINA DE TÚNEZ, Dos capítulos de la novela, de Habib...
Ahora la veo todos los días, varias veces. Se llama Zahra, pero la mayor parte de los habitantes del edifico le dicen «Madame Mansur». Otros la llaman «la sirvienta» o «la tunecina», del mismo modo que a Madame Rodrigues, la señora que viene cada tarde a sacar los contenedores de basura a la calle, la conocen por «la portuguesa», o al señor González, que vive en un apartamento del quinto piso, como «el español».
Caída libre, fragmento de la novela, de Abeer Esber
Aquella mañana de un día caluroso, maté a mi padre. Aunque a primera vista parezca un delirio freudiano, eso fue lo que sucedió después de una riña escandalosa junto al cementerio. Subíamos las escaleras de casa tras volver de una consulta médica que nos había ocupado toda la mañana del miércoles.
Fatima Abdulhamid: Extracto de la novela El horizonte más alto
Bueno, todas las ideas comunes en la tierra sobre el momento en que comencé a ejercitar esta actividad son inexactas, además, el comienzo no te importa, lo único que tienes que comprender es que soy el toque final, el toque que recorre tu dolor crónico después de una larga lucha contra la enfermedad y te hace preguntarte: ¿adónde se ha ido todo ese dolor de repente? Soy el origen de tu instinto de miedo desde que eras un feto y te aseguro que olvidar mi existencia es una solución que no te salvará, pues de una manera que ningún ser creado puede comprender, todos los puestos superiores están determinados en el lecho del Creador y por desgracia mi trabajo es estar disponible para atraparte. Yo no desciendo de una familia de pura luz como el resto de los ángeles ni fui creado de fuego como los demonios… fui creado de luz y fuego, por eso se me confió esta tarea temible, la tarea de aligerar la tierra del peso de sus criaturas. Por tanto, merezco, por justicia, que no me angustiéis con todo este dolor mundano. Te salvaré de muchos tiranos y de algunos ricos aburridos con aviones privados, y salvaré a algunos de vosotros de una vida crónicamente enferma que los agota, y agota a quienes los rodean.
Quiero amar esta noche, cuento de la escritora marroquí Latifa Labsir
Me acomodo muy cerca de la ventana y me abrigo con el chaquetón marrón que, aunque al ponérmelo siento dolor, no quiero dejar de usar. Cada vez que la soledad me atenaza, recuerdo cómo los dedos de la anciana lo tejían con extraña parsimonia, como si prolongara el tiempo de mis frecuentes visitas para preguntar por él. Probablemente, ella no sabía que yo también deseaba retardar su confección para seguir visitándola por la noche y tomar el té pesado que preparaba su marido, mientras escuchaba bellas canciones antiguas que me acunaban el corazón de un modo especial.
TAPONES PARA EL OÍDO, cuento de Somaya Al-Sayed
Una vez, mientras estaba acostado de lado en el sofá viendo una película, puso la palma de la mano izquierda debajo de su cabeza y se cubrió la oreja con ella. En ese momento, notó algo, sintió que había ideas fluyendo de tal forma que incluso comenzaron a molestarlo mientras veía la película. Retiró la mano de debajo de la cabeza y cambió su postura. Notó que las ideas se desvanecieron por completo. Se enderezó con la espalda apoyada en el sofá, asombrado y confundido. Se tapó los dos oídos con las palmas de las manos y notó el flujo abundante de ideas en su mente. Se reía como un loco en el salón de la casa.
Los espíritus de Eddo, primer capítulo de novela de la sudanesa...
Como cualquier otro ser vivo, Mama Lucy no sabía nada sobre el destino y no planeaba ni pensaba en esa generosidad maternal que la rodeó como una maldición.
La cuestión es que su madre la tuvo solo a ella o mejor dicho fue la única que sobrevivió de sus diez hermanos que fueron muriendo antes de cumplir su primer año. Como consecuencia, su madre vivió durante muchos años el dolor de la pérdida, un dolor que se iba renovando cada año con el cre-cimiento de un niño tan rápido como la mala hierba, para ser arrebatado por la muerte mientras dormía sin que se deteriorase su salud. Los enterraba como si estuviesen dormidos para que sus tumbas se mantuvieran templadas durante algunos días, mientras imaginaba que podía escuchar sus llantos, sus cuerpos cálidos, sus partes lánguidas, mas sus corazones no latían.