Thursday, April 25, 2024

TAPONES PARA EL OÍDO, cuento de Somaya Al-Sayed

Una vez, mientras estaba acostado de lado en el sofá viendo una película, puso la palma de la mano izquierda debajo de su cabeza y se cubrió la oreja con ella. En ese momento, notó algo, sintió que había ideas fluyendo de tal forma que incluso comenzaron a molestarlo mientras veía la película. Retiró la mano de debajo de la cabeza y cambió su postura. Notó que las ideas se desvanecieron por completo. Se enderezó con la espalda apoyada en el sofá, asombrado y confundido. Se tapó los dos oídos con las palmas de las manos y notó el flujo abundante de ideas en su mente. Se reía como un loco en el salón de la casa.

Capítulo de la novela Un verano con el enemigo de Shahla...

Mi madre se empeñó en casarse con mi padre, y consiguió así obtener venganza y castigarnos a todos. Entre ella y mi tío Fares hubo una historia de amor discreta que todos intentaron ignorar, pero cuya mezcla tóxica se aupó a nuestras vidas pese a todos.

El cadáver, un relato de la iraquí Salima Salih

Cuando Amín al-Qásimi y su hermano entraron en el hospital militar, un vigilante los paró en la recepción del edificio, con un manojo de llaves. Les pidió que aguardasen. Después, abrió la puerta de hierro que había en el lateral derecho de la entrada. Desde donde estaban podían ver la sala rectangular, atestada, según les pareció, de cadáveres alineados en dos hileras en paralelo a la pared. La luz que se desprendía de los ventanucos cercanos al techo y se reflejaba sobre la pared de enfrente, iluminaba toda la estancia y permitía distinguir los cadáveres. Parecían manchas luminosas sobre el negro suelo.

Una bicicleta devuelve al camarada del viejo partido, Un relato del...

Generalmente la esperaba en un cruce que le permitía controlar todas las direcciones sin levantar sospechas. Las instrucciones del partido le obligaban a comprobar que el lugar era seguro, y a marcharse de inmediato ante la menor sospecha de que algo pudiese ir mal. Si se le insinuaba esta sensación, significaba que algo sucedía entre las sombras, y aunque a veces no tenía evidencias de que hubiese algún peligro, abandonaba el lugar al instante.

Fatima Abdulhamid: Extracto de la novela El horizonte más alto

Bueno, todas las ideas comunes en la tierra sobre el momento en que comencé a ejercitar esta actividad son inexactas, además, el comienzo no te importa, lo único que tienes que comprender es que soy el toque final, el toque que recorre tu dolor crónico después de una larga lucha contra la enfermedad y te hace preguntarte: ¿adónde se ha ido todo ese dolor de repente? Soy el origen de tu instinto de miedo desde que eras un feto y te aseguro que olvidar mi existencia es una solución que no te salvará, pues de una manera que ningún ser creado puede comprender, todos los puestos superiores están determinados en el lecho del Creador y por desgracia mi trabajo es estar disponible para atraparte. Yo no desciendo de una familia de pura luz como el resto de los ángeles ni fui creado de fuego como los demonios… fui creado de luz y fuego, por eso se me confió esta tarea temible, la tarea de aligerar la tierra del peso de sus criaturas. Por tanto, merezco, por justicia, que no me angustiéis con todo este dolor mundano. Te salvaré de muchos tiranos y de algunos ricos aburridos con aviones privados, y salvaré a algunos de vosotros de una vida crónicamente enferma que los agota, y agota a quienes los rodean.

LA NOCHE DESVELA LOS SECRETOS DEL DÍA, Relato de Rachida El-Cherni

Ahogó el enfado en su interior, se cubrió a toda prisa con un chal de lana y abrió la puerta con cautela; se coló un aire frío al interior y los perros se abalanzaron sobre ella. Dejó pasar al más pequeño, volvió a cerrar la puerta y apagó la luz. Le acarició la cabeza y trató de distraerse con una serie de televisión, pero su mente se mantenía atenta a cualquier sonido. El chucho se tumbó frente a ella y la miró por un largo rato. Ella detectó un brillo en su mirada, como si quisiera conversar con su pesar para tranquilizarla. Le sonrió con ternura e inmediatamente escuchó unos ladridos afuera que la sobresaltaron y se puso en pie espantada. Miró por una rendija de la ventana y vio una luz intensa que se acercaba. A primera vista creyó que su esposo regresaba a recogerla, pero enseguida se percató de que el furgón era diferente y se convenció de que ella sería la próxima víctima en la región. Se estremeció y se dijo a sí misma: «Lo que tienes que hacer, Nawara, es salvar el pellejo».

Said, el blasfemo enloquecido: capítulo de la novela de Reem Al-Kamali

Lo metió en el patio. Era un hombre joven, guapo y de alta estatura, lleno de vida. No la miró, tal y como le exigían las buenas costumbres. Entró donde ella le indicó con la mano mientras la mujer se ponía sobre la cara un velo transparente adornado con las monedas de oro guardadas desde el día de la boda. Esto no evitó que lo mirara. Se detuvo mientras él caminaba delante de ella hacia el interior y lo miró por el rabillo del ojo. En ese momento fue consciente de lo mucho que echaba de menos que hubiera un hombre en su vida.

UNA VECINA DE TÚNEZ, Dos capítulos de la novela, de Habib...

Ahora la veo todos los días, varias veces. Se llama Zahra, pero la mayor parte de los habitantes del edifico le dicen «Madame Mansur». Otros la llaman «la sirvienta» o «la tunecina», del mismo modo que a Madame Rodrigues, la señora que viene cada tarde a sacar los contenedores de basura a la calle, la conocen por «la portuguesa», o al señor González, que vive en un apartamento del quinto piso, como «el español».

La rosa de Maimuna, relato de Jokha Alharthi

En el momento de nacer, Maimuna no mostraba en su cuerpo arrugadito, recién salido del útero, nada de particular, excepto una marca insignificante en la planta del pie derecho. Sin embargo, su madre, que nada más dar a luz se puso a pensar en qué convenía hacer, sentenció con voz grave: “Algo raro tiene”. A los siete días, el padre de Maimuna mató un cordero para festejar el nacimiento, lo esquiló y dio de limosna el peso de su lana en plata. A Maimuna se le bo-rraron las arrugas, pero la marca siguió ahí.

EL TUMOR, comienzo de la novela  AL-WARAM de Ibrahim Al-Koni

Cuando supo que le habían dado muerte al mago, se preguntó, en la soledad del atardecer, si no habría sido un error ocultarle al infeliz lo relativo al enviado. Se alejó figurándose, cual si soñara, cómo tuvo que debatirse el mago entre los esbirros que envió tras él, haciendo denodados esfuerzos por respirar mientras agonizaba de aquel modo atroz. ¿Qué argumento desarrollaría aquel fantasma, si pudiera abandonar su eterno letargo por una sola vez, y Asanái le hablara del enviado que lo visitó hacía largo tiempo, de parte de su alteza el Guía? El taimado, sin duda, hallaría un pretexto aún mejor para reforzar sus recomendaciones de que había de renunciar, para hablarle de sacrificios y del amor que convierte al amante en parte inextricable del objeto amado.