Saturday, July 27, 2024

Capítulo de la novela Un verano con el enemigo de Shahla...

Mi madre se empeñó en casarse con mi padre, y consiguió así obtener venganza y castigarnos a todos. Entre ella y mi tío Fares hubo una historia de amor discreta que todos intentaron ignorar, pero cuya mezcla tóxica se aupó a nuestras vidas pese a todos.

Leña de Sarajevo, dos capítulos de la novela de Saïd Khatibi

Me libré de la muerte y de la cárcel donde, pensé, pasaría una buena temporada. Me habían acusado de matar a un hombre y engrosar así la lista de asesinos nacionales. Pero me exoneraron. Tropecé e imaginé que nunca más sería capaz de ponerme en pie. La vida se me escapaba de entre las manos lentamente, y, temía, nunca realizaría mi sueño, ese que siempre he llevado conmigo como una madre sostiene a su primogénito recién nacido. Supuse que la guerra que había desfigurado el rostro de Sarajevo me arrastraría consigo, hasta convertirme en un trapo deshilachado e inservible. La imagen de mi hermana pequeña surgió de repente en mi mente y temí perder la razón y sumirme en la locura, tal y como le había pasado a ella; sin embargo, una mano oculta me agarró y me elevó hacia arriba, indicándome el camino.

DÍAS EN EL PARAÍSO, Primer capítulo de la novela de Ghalya...

Londres, cuatro de la mañana. La noche es fría, pero no llueve, típica noche invernal londinense. La oscuridad se extiende por todo el lugar, solo la disipa la débil luz proveniente de las farolas. Ya no hay tráfico, todo lo que se movía había entrado en un profundo coma: las tiendas y los restaurantes, hasta los autobuses y trenes se sosegaron a tan altas horas de la madrugada y detuvieron su habitual circulación, siempre veloz. Las calles quedaron desiertas, incluso daban la impresión de haber crecido y ensanchado. Londres parecía una ciudad fantasma.

Una bicicleta devuelve al camarada del viejo partido, Un relato del...

Generalmente la esperaba en un cruce que le permitía controlar todas las direcciones sin levantar sospechas. Las instrucciones del partido le obligaban a comprobar que el lugar era seguro, y a marcharse de inmediato ante la menor sospecha de que algo pudiese ir mal. Si se le insinuaba esta sensación, significaba que algo sucedía entre las sombras, y aunque a veces no tenía evidencias de que hubiese algún peligro, abandonaba el lugar al instante.

Said, el blasfemo enloquecido: capítulo de la novela de Reem Al-Kamali

Lo metió en el patio. Era un hombre joven, guapo y de alta estatura, lleno de vida. No la miró, tal y como le exigían las buenas costumbres. Entró donde ella le indicó con la mano mientras la mujer se ponía sobre la cara un velo transparente adornado con las monedas de oro guardadas desde el día de la boda. Esto no evitó que lo mirara. Se detuvo mientras él caminaba delante de ella hacia el interior y lo miró por el rabillo del ojo. En ese momento fue consciente de lo mucho que echaba de menos que hubiera un hombre en su vida.

AL AMPARO DE LA LUNA, un cuento de Ibtisam Azem

A medianoche, la luna llena pende del cielo, sujeta por hilos a las estrellas de alrededor. El viento arrecia y amaina jugando en el espacio libre entre el satélite y los astros. Tumbado en la estera, las manos bajo la cabeza, Nadim piensa que puede tomar la luna si extiende el brazo por completo. Traslada la mirada hasta dar con los cipreses que cercan el huerto; parecen enormes junto a los diminutos almendros. Es la primera noche que pasan a la intemperie. La calma del lugar no revela el miedo sufrido en los enfrentamientos que han tenido lugar de día en su aldea. La abandonaron y se refugiaron en el huerto de un pueblo cercano. Marcharon atemorizados llevando a la espalda la grave preocupación del día. Una vez en la finca, ninguno tuvo la fuerza de seguir soportando esa carga: se tumbaron a descansar para que el suelo sostuviera sus cuerpos por unas pocas horas.

LA CALLE DE LOS CRISANTEMOS, un relato de la tunecina Rachida...

El hombre la sorprendió con unos fuertes puñetazos dirigidos a la sien y la cara. Perdió el equilibrio y su cuerpo cayó a los pies del ladrón. Los puñetazos continuaron y fue aflojando la mano que agarraba la camisa hasta que finalmente el hombre se liberó. El muy cerdo le propinó una violenta patada delante de todos los presentes que miraban con el rostro encogido de terror y paralizados por la cobardía. Luego la pateó con saña y salió corriendo.

Quiero amar esta noche, cuento de la escritora marroquí Latifa Labsir

Me acomodo muy cerca de la ventana y me abrigo con el chaquetón marrón que, aunque al ponérmelo siento dolor, no quiero dejar de usar. Cada vez que la soledad me atenaza, recuerdo cómo los dedos de la anciana lo tejían con extraña parsimonia, como si prolongara el tiempo de mis frecuentes visitas para preguntar por él. Probablemente, ella no sabía que yo también deseaba retardar su confección para seguir visitándola por la noche y tomar el té pesado que preparaba su marido, mientras escuchaba bellas canciones antiguas que me acunaban el corazón de un modo especial.

El cadáver, un relato de la iraquí Salima Salih

Cuando Amín al-Qásimi y su hermano entraron en el hospital militar, un vigilante los paró en la recepción del edificio, con un manojo de llaves. Les pidió que aguardasen. Después, abrió la puerta de hierro que había en el lateral derecho de la entrada. Desde donde estaban podían ver la sala rectangular, atestada, según les pareció, de cadáveres alineados en dos hileras en paralelo a la pared. La luz que se desprendía de los ventanucos cercanos al techo y se reflejaba sobre la pared de enfrente, iluminaba toda la estancia y permitía distinguir los cadáveres. Parecían manchas luminosas sobre el negro suelo.

UN SALTO DEL BALCÓN, relato de Walaa Fahad Al-Harbi

Con la mirada inocente, mis hijos me preguntaron, y yo, confundida, no sabía qué decirles, pero los calmé y dije que estábamos jugando al escondite con papá que pronto llegaría a casa. Cuando se les agotó la paciencia y no aguataron quedarse más tiempo en ese armario que les robaba la libertad de mover las manos y patear con sus pequeños pies, nos pusimos a contar. Contamos, y no supe si llegaríamos a cien o mil, o si pasaríamos más tiempo en aquel armario sin que nadie apareciera, llegando de ese modo a una cifra más allá de mi conocimiento y capacidad de continuar.