EINSTEIN relato de Gilane El-Shamsy
A la izquierda hay algunas fotos antiguas para devolverme a esa amargura cada vez que las miro. Una foto en blanco y negro de un cuervo que me dio una amiga antes de irse de la empresa. Y en medio de la pared que tengo delante una foto de Einstein. ¿¡De Einstein!? Intento poner el cerebro en marcha para recordar cuándo puse aquella foto ahí. Me acerco más a ella. Es una foto suya muy famosa. Una foto en blanco y negro de un primer plano de su cara en la que sale sacando la lengua. Una foto que había visto cientos de veces en distintos sitios web, pero que no recordaba haber impreso y colgado. El mozo viene y pone el Nescafé delante de mí. Sigue mi mirada errante hacia la foto y parece sentir su importancia.
TAPONES PARA EL OÍDO, cuento de Somaya Al-Sayed
Una vez, mientras estaba acostado de lado en el sofá viendo una película, puso la palma de la mano izquierda debajo de su cabeza y se cubrió la oreja con ella. En ese momento, notó algo, sintió que había ideas fluyendo de tal forma que incluso comenzaron a molestarlo mientras veía la película. Retiró la mano de debajo de la cabeza y cambió su postura. Notó que las ideas se desvanecieron por completo. Se enderezó con la espalda apoyada en el sofá, asombrado y confundido. Se tapó los dos oídos con las palmas de las manos y notó el flujo abundante de ideas en su mente. Se reía como un loco en el salón de la casa.
EL PASTELERO, La trilogía de los fatimíes, novela de Reem Bassiouney
El pastelero
La trilogía de los fatimíes
(El siciliano, el armenio, el kurdo)
Novela de Reem Bassiouney
El libro ganador del Premio Sheikh Zayed del Libro
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LA NOCHE DESVELA LOS SECRETOS DEL DÍA, Relato de Rachida El-Cherni
Ahogó el enfado en su interior, se cubrió a toda prisa con un chal de lana y abrió la puerta con cautela; se coló un aire frío al interior y los perros se abalanzaron sobre ella. Dejó pasar al más pequeño, volvió a cerrar la puerta y apagó la luz. Le acarició la cabeza y trató de distraerse con una serie de televisión, pero su mente se mantenía atenta a cualquier sonido. El chucho se tumbó frente a ella y la miró por un largo rato. Ella detectó un brillo en su mirada, como si quisiera conversar con su pesar para tranquilizarla. Le sonrió con ternura e inmediatamente escuchó unos ladridos afuera que la sobresaltaron y se puso en pie espantada. Miró por una rendija de la ventana y vio una luz intensa que se acercaba. A primera vista creyó que su esposo regresaba a recogerla, pero enseguida se percató de que el furgón era diferente y se convenció de que ella sería la próxima víctima en la región. Se estremeció y se dijo a sí misma: «Lo que tienes que hacer, Nawara, es salvar el pellejo».
Leña de Sarajevo, dos capítulos de la novela de Saïd Khatibi
Me libré de la muerte y de la cárcel donde, pensé, pasaría una buena temporada. Me habían acusado de matar a un hombre y engrosar así la lista de asesinos nacionales. Pero me exoneraron. Tropecé e imaginé que nunca más sería capaz de ponerme en pie. La vida se me escapaba de entre las manos lentamente, y, temía, nunca realizaría mi sueño, ese que siempre he llevado conmigo como una madre sostiene a su primogénito recién nacido. Supuse que la guerra que había desfigurado el rostro de Sarajevo me arrastraría consigo, hasta convertirme en un trapo deshilachado e inservible. La imagen de mi hermana pequeña surgió de repente en mi mente y temí perder la razón y sumirme en la locura, tal y como le había pasado a ella; sin embargo, una mano oculta me agarró y me elevó hacia arriba, indicándome el camino.
LA NOCHE ES UNA BUENA AMIGA: Un relato de Farah Halime Hope
Traducción del inglés:
Joselyn Michelle Almeida
«¿Adónde podemos ir más allá de las últimas fronteras?
¿Adónde pueden volar los pájaros después del último cielo?».
Mahmoud Darwish
Beirut
Cuando ellos...
El cadáver, un relato de la iraquí Salima Salih
Cuando Amín al-Qásimi y su hermano entraron en el hospital militar, un vigilante los paró en la recepción del edificio, con un manojo de llaves. Les pidió que aguardasen. Después, abrió la puerta de hierro que había en el lateral derecho de la entrada. Desde donde estaban podían ver la sala rectangular, atestada, según les pareció, de cadáveres alineados en dos hileras en paralelo a la pared. La luz que se desprendía de los ventanucos cercanos al techo y se reflejaba sobre la pared de enfrente, iluminaba toda la estancia y permitía distinguir los cadáveres. Parecían manchas luminosas sobre el negro suelo.
LA CALLE DE LOS CRISANTEMOS, un relato de la tunecina Rachida...
El hombre la sorprendió con unos fuertes puñetazos dirigidos a la sien y la cara. Perdió el equilibrio y su cuerpo cayó a los pies del ladrón. Los puñetazos continuaron y fue aflojando la mano que agarraba la camisa hasta que finalmente el hombre se liberó. El muy cerdo le propinó una violenta patada delante de todos los presentes que miraban con el rostro encogido de terror y paralizados por la cobardía. Luego la pateó con saña y salió corriendo.
EL TUMOR, comienzo de la novela AL-WARAM de Ibrahim Al-Koni
Cuando supo que le habían dado muerte al mago, se preguntó, en la soledad del atardecer, si no habría sido un error ocultarle al infeliz lo relativo al enviado.
Se alejó figurándose, cual si soñara, cómo tuvo que debatirse el mago entre los esbirros que envió tras él, haciendo denodados esfuerzos por respirar mientras agonizaba de aquel modo atroz. ¿Qué argumento desarrollaría aquel fantasma, si pudiera abandonar su eterno letargo por una sola vez, y Asanái le hablara del enviado que lo visitó hacía largo tiempo, de parte de su alteza el Guía? El taimado, sin duda, hallaría un pretexto aún mejor para reforzar sus recomendaciones de que había de renunciar, para hablarle de sacrificios y del amor que convierte al amante en parte inextricable del objeto amado.
DIECISIETE TIPOS DE DOLOR, relato de May Telmissany
Lo último que recuerdo antes de dormir es que la velada acabó con el estropicio. El güisqui, que un golpe del destino desparramó a nuestros pies, me había costado ciento veinte libras egipcias. Mi amigo repetía desconsolado: «¡En la vida he roto una botella!». El camarero irrumpió en escena y dijo: «¿Qué le vamos a hacer? Son cosas que pasan». Me figuro al camarero, tras irnos dando tumbos, acuclillado bajo la mesa recogiendo el elixir divino bayeta en mano y estrujándola sobre un cuenco destinado a algún borracho de los que deambulan por el centro de la ciudad.