EINSTEIN relato de Gilane El-Shamsy

Traducción de Covadonga Baratech

Gilane El-Shamsy

 

El autobús se detiene delante del edificio blanco y gris. El reloj marca las ocho de la mañana, el hastío se apodera de mí. Ojalá hubiera dormido una hora más. Los cuerpos se empujan, lentos y aletargados, para bajarse del autobús y cruzar las puertas metálicas del edificio de la empresa. Mostrar las tarjetas de identificación. Esperar a los ascensores siempre abarrotados a esas horas de la mañana. En esos momentos solo sueño con una taza de café que me permita mantener la cabeza sobre los hombros hasta el final de las ocho horas.

El pasillo de color gris. Muevo la cabeza automáticamente para murmurarle los buenos días a los fantasmas a mi alrededor que todavía están en busca de sus cafés. Mis pies me llevan hasta el cubículo en el que trabajo en el despacho 101, hay diez escritorios apelotonados dentro. Dejo mi mochila sobre el escritorio que tengo asignado. Antes de sentarme mi mano ya se está extendiendo automáticamente hacia el teléfono para pedirle al mozo mi taza de Nescafé Black.

«Estamos aquí porque no queremos ser»

Las sonrisas intercambiadas con los que se sientan a mi alrededor. Intercambiamos murmullos matutinos antes de devolver nuestras miradas a la sorda pantalla. Pongo las hojas sobre la alfombrilla de mi escritorio, que está orientado hacia la pared. Es el único sitio que he intentado humanizar dentro de aquellas paredes. La pequeña planta situada a la derecha me recuerda que hay vida más allá del cristal siempre cubierto por las cortinas azules. A la izquierda hay algunas fotos antiguas para devolverme a esa amargura cada vez que las miro. Una foto en blanco y negro de un cuervo que me dio una amiga antes de irse de la empresa. Y en medio de la pared que tengo delante una foto de Einstein. ¿¡De Einstein!? Intento poner el cerebro en marcha para recordar cuándo puse aquella foto ahí. Me acerco más a ella. Es una foto suya muy famosa. Una foto en blanco y negro de un primer plano de su cara en la que sale sacando la lengua. Una foto que había visto cientos de veces en distintos sitios web, pero que no recordaba haber impreso y colgado. El mozo viene y pone el Nescafé delante de mí. Sigue mi mirada errante hacia la foto y parece sentir su importancia.

—Se parece mucho a su abuelo, señor —comenta. Luego se marcha sin responder a la mirada interrogante que le dirijo.

«Estamos aquí porque nos queréis con vosotros»

Me levanto de mi asiento para observar a la decena de empleados sentados a mi alrededor. Es una broma cruel.

—¿Alguien ha puesto esa foto ahí? —murmuro. Me veo obligado a repetir la pregunta dos veces más para que las cabezas empiecen a girar en mi dirección. Nunca tuve el tono de voz adecuado para llamar la atención. Miradas sorprendidas sin respuesta. Repito la pregunta una cuarta vez.

—Me encontré la misma foto en mi escritorio esta mañana —responde con una sonrisa el chico sentado en el escritorio contiguo al mío. Me siento entre murmullos —. Está claro que es una broma de alguien. —El chico, cuyo nombre he olvidado, me dirige una sonrisa de cortesía antes de volver la mirada a su pantalla. Me pongo con el trabajo. ¿Se llamaba Muhammad o Mahmud? Decido quedarme con la fotografía, me hace sentir un poco más inteligente. Unos días después sigue en su sitio, colgada con orgullo, mimetizándose con la pared que tiene detrás.

«Estamos aquí, aunque os alejáis de nosotros»

El edificio gris otra vez y otro día que solo llego a tiempo gracias a los pitidos del despertador por la mañana. Los mismos pasos pesados, movimientos vacilantes en medio del pasillo lúgubre. Está claro que escogieron el color gris en los despachos con un objetivo. Tal vez para que todos los días se mezclen en tu memoria y desconozcas la cantidad de tiempo que has pasado dentro de ese cubículo.

Todo es inalterable en este lugar: el Nescafé, los gestos, los papeles repetidos. Solo cambia la foto sobre mi escritorio, ahora es otra foto distinta de Einstein. Sentado con las manos entrelazadas delante de su rostro, mirándome. Sonrío. El chico que se sienta a mi lado se acerca a mí riéndose.

—Mi foto también ha cambiado hoy. —Quizá son las primeras palabras que intercambiamos desde que llegamos a este despacho—. A tres personas de Contabilidad les ha pasado lo mismo. Me lo han dicho hoy. —Mahmud, estoy seguro de que se llama Mahmud. Una voz débil de chica se alza desde el final de la sala.

—Yo también me he encontrado la foto en mi mesa hoy.

A tres personas de este despacho y a tres personas del despacho contiguo. ¿Podrá ser resultado de la casualidad? Mahmud capta mis dudas.

—Esto es solo para los más distinguidos, o al menos eso parece —me responde antes de que pregunte nada. Asiento con la cabeza volviendo la mirada a mi ordenador. Esos papeles no se terminarían solos hoy.

Oímos voces susurrantes y debates en nuestros vecinos de Contabilidad, que siempre habían estado callados. Las palabras murmuradas llegan a nosotros, creo que su conversación también trata de la fotografía.

«Estamos aquí o sois vosotros los que estáis aquí»

No había patrones ni fechas específicas para los cambios de fotografías. A veces llegábamos por la mañana y las veíamos fijas sin que las hubieran cambiado y otros días nos encontrábamos una foto nueva en su lugar. Dentro del despacho éramos cada vez más los que encontrábamos fotos y oíamos rumores de que estaba sucediendo lo mismo en otros despachos y otras plantas.

Cuando el autobús se detenía delante del edificio a las ocho los cuerpos luchaban por llegar deprisa a su puerta. Ni esperábamos al ascensor, corríamos escaleras arriba para llegar al despacho deseando saber qué foto veríamos hoy. Nuestra decepción era inmensa cuando descubríamos que no había cambiado. La señora Muna nos miraba regodeándose. Quizá porque ella y otra chica eran las únicas a las que, a pesar del paso del tiempo, no les ponían fotos en su escritorio dentro de nuestro departamento.

Otra foto de Einstein que encontramos otro día era él sentado sobre una roca delante del mar cruzando las piernas. Sonreí cuando la vi. La señora Muna se acercó a mí y chasqueó la lengua.

—¡Vaya, qué sandalias son esas! —Mi mirada pasó de ella a la foto un par de veces.

—Tú miras las sandalias, nosotros lo que está detrás de ellas —le respondí—. Esa es la diferencia —añadí, recogiendo mis papeles.

Me gustó bastante la respuesta que me salió. Era una respuesta decisiva a cualquier intento de intromisión o pregunta sobre por qué solo nosotros recibíamos esas fotos.

«Estamos aquí porque miramos lo que hay detrás de los papeles»

Nos reunimos en la sala de fumadores en el sótano. Éramos unos veinticinco. A algunos los conocía bien, a otros me los había cruzado de casualidad mientras fumábamos o cuando trabajábamos con otros departamentos. Mi mirada deambula entre ellos. No tenemos nada en común. Ni la edad, ni el género, ni siquiera la antigüedad. Solo que, cada cierto tiempo, nos encontramos la misma foto en las paredes de nuestro despacho. Algunos desde el principio como Mahmud y yo, y otros desde hace unas pocas semanas o días.

Dentro de aquella sala nos sentamos. Sabíamos que la existencia de esas fotos era lo que nos unía de una forma u otra y requería que hiciéramos algo. Sin embargo, ninguno de nosotros sabía qué era ese algo.

Las especulaciones e ideas daban vueltas en un círculo vicioso. Pasó una hora entera antes de que llegásemos a algo. Haríamos algo, ‘¿pero qué?’

Muchos cigarrillos apagados, después la principal hipótesis era que todo esto estaba relacionado con sus teorías físicas, pero la descartamos rápidamente, salvo que el bromista fuera el mismísimo Newton.

Uno se había ofrecido un par de días atrás a dejar la cámara del móvil encendida para grabar lo que pasaba delante de su escritorio. A la mañana siguiente descubrió que la grabación no contenía nada salvo el despacho vacío tal como estaba, aunque había una nueva fotografía que parecía haber brotado sola. Por supuesto, y a diferencia del resto, no me sorprendió que la cámara no hubiera grabado nada, lo que me sorprendió de verdad era que el propio móvil no hubiera sido robado.

«Estamos aquí. Entre vosotros… dentro de vosotros»

La reunión termina y volvemos a nuestros lúgubres despachos. Aquellos días resultaba difícil concentrarse. Poco a poco empezamos a discutir más ideas raras. Nos encontrábamos en la misma sala cada vez que cambiaba la foto para fumar más cigarrillos y exponer más teorías. Alguno se ofreció a traer libros sobre las teorías de Einstein y leérnoslos, pero sabíamos que ese no era el camino correcto. Alguno mencionó varias películas en las que había escenas similares a las que vivíamos. Uno trajo poesía y estaba feliz de haber encontrado a una audiencia dispuesta a escucharle por fin. Incluso se empezó a hablar de que todo esto fuera obra de una empresa rival.

Se hablaba de todos los temas posibles en aquellas escasas horas, excepto de trabajo. Tenía que intentar poner orden en los temas debatidos y el número de horas que nos quedábamos. A veces nos dividíamos en grupos, cada grupo se quedaba solo una hora para que nadie se diera cuenta de que faltaba un número considerable de los trabajadores de los despachos a la vez. Nos mirábamos y nos sonreíamos los unos a los otros a lo largo del día. Nos reuníamos sin hablar. Con una simple mirada dejábamos lo que teníamos entre manos y nos dirigíamos hacia la sala del sótano.

Hoy la señora Muna rompió el silencio en el despacho con sus aullidos cuando encontró una foto colgada en la pared delante de ella. Se volvió una de los nuestros.

«Estamos aquí porque crecemos entre vosotros»

Nuestro número crecía de forma sostenida y la sala con capacidad para veinticinco personas contenía  ahora a treinta o más. Mientras nos reuníamos hoy vino uno y me pidió que fuera a mi despacho porque el director quería verme. Abandoné la reunión y subí, confundido. Mis golpes sobre la puerta de su despacho fueron débiles. Mis pasos me llevaron adentro. Observé la habitación. Fotografías de Einstein se apilaban en todas las paredes del despacho. Decenas de ellas por todas partes. Le miré sorprendido.

—¿Sabe algo de estas fotografías? —me preguntó.
—…
—¡Me he encontrado el despacho así! Dicen que organiza reuniones. Miré a mi alrededor entre dudas, incapaz de hablar.
— Fue el primero en encontrarse las fotos… Payasadas… Investigación…
Sus palabras no llegaban a mis oídos y no entendía qué quería. Me acerqué a él despacio.
—Ellos te quieren… —dije en voz baja.
No sé por qué pronuncié aquellas palabras en concreto, pero le confundieron. Se calló. Salí de su despacho.

«Estamos aquí porque nos quedaremos aquí»

El largo pasillo hasta mi despacho se llenó de cientos de fotografías de Einstein. Mi escritorio y todos los escritorios vecinos quedaron completamente sumergidos. Miré a Mahmud, que estaba intentando quitar las fotos … y sonreí.

Banipal nº14 verano 2024

 

Gilane el-Shamsy, Escritora egipcia nacida en 1986 en Alejandría. En la universidad de esta ciudad se licenció en Ingeniería en 2008 y posteriormente en 2016 adquirió el grado en Filosofía por la Universidad de Londres. Ha publicado dos colecciones de cuentos y una novela titulada La taifa (al-ta’ifa) en 2022. Obtuvo el premio de la Fundación Cultural Sawiris a la mejor colección de cuentos por su obra Como si le faltara cuento (ka’anna tanqusuhu al-hikaya) en 2020.

Covadonga Baratech Soriano nació el 27 de enero de 1994, en Madrid. En 2012, Baratech comenzó a estudiar Estudios Semíticos e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid. Lectora voraz desde que era niña, enseguida quedó fascinada por la literatura árabe, así como el idioma, la historia y la cultura árabe y musulmana. Tras graduarse en la universidad, Baratech se especializó en la que era una de sus grandes pasiones: la traducción. Para ello, realizó el Curso de Especialista en Traducción Árabe Español de la afamada Escuela de Traductores de Toledo en los años 2016 y 2017. En 2018 comenzó su colaboración con la editorial Relee, dirigiendo una nueva colección especializada en literatura árabe contemporánea llamada Maktaba. En abril de 2019 se publicó la primera novela traducida por Baratech: La fortaleza de polvo: relato de una familia morisca, del escritor egipcio Ahmad Abdulatif. Su segunda novela traducida, Mercurio, del autor egipcio Mohamed Rabie, saldrá a la venta en septiembre de 2020.

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