Friday, April 19, 2024

El cadáver, un relato de la iraquí Salima Salih

Cuando Amín al-Qásimi y su hermano entraron en el hospital militar, un vigilante los paró en la recepción del edificio, con un manojo de llaves. Les pidió que aguardasen. Después, abrió la puerta de hierro que había en el lateral derecho de la entrada. Desde donde estaban podían ver la sala rectangular, atestada, según les pareció, de cadáveres alineados en dos hileras en paralelo a la pared. La luz que se desprendía de los ventanucos cercanos al techo y se reflejaba sobre la pared de enfrente, iluminaba toda la estancia y permitía distinguir los cadáveres. Parecían manchas luminosas sobre el negro suelo.

El guardia del cementerio de la Commonwealth, relato de Sofiene Rajab

Si contemplas detenidamente el mapa de Túnez, verás que encarna la imagen de una mujer de pie asomándose al Mediterráneo desde su balcón con los pies hundidos en la arena del desierto del Sahara. Si te fijas bien en su pecho, podrás visualizar una pieza que brilla a la luz del sol mientras vibra en ese collar que el país luce en el cuello. No se trata por supuesto de una condecoración, porque quien se la colocó fue sólo un colono.

Caída libre, fragmento de la novela, de Abeer Esber

Aquella mañana de un día caluroso, maté a mi padre. Aunque a primera vista parezca un delirio freudiano, eso fue lo que sucedió después de una riña escandalosa junto al cementerio. Subíamos las escaleras de casa tras volver de una consulta médica que nos había ocupado toda la mañana del miércoles.

Fatima Abdulhamid: Extracto de la novela El horizonte más alto

Bueno, todas las ideas comunes en la tierra sobre el momento en que comencé a ejercitar esta actividad son inexactas, además, el comienzo no te importa, lo único que tienes que comprender es que soy el toque final, el toque que recorre tu dolor crónico después de una larga lucha contra la enfermedad y te hace preguntarte: ¿adónde se ha ido todo ese dolor de repente? Soy el origen de tu instinto de miedo desde que eras un feto y te aseguro que olvidar mi existencia es una solución que no te salvará, pues de una manera que ningún ser creado puede comprender, todos los puestos superiores están determinados en el lecho del Creador y por desgracia mi trabajo es estar disponible para atraparte. Yo no desciendo de una familia de pura luz como el resto de los ángeles ni fui creado de fuego como los demonios… fui creado de luz y fuego, por eso se me confió esta tarea temible, la tarea de aligerar la tierra del peso de sus criaturas. Por tanto, merezco, por justicia, que no me angustiéis con todo este dolor mundano. Te salvaré de muchos tiranos y de algunos ricos aburridos con aviones privados, y salvaré a algunos de vosotros de una vida crónicamente enferma que los agota, y agota a quienes los rodean.

DIECISIETE TIPOS DE DOLOR, relato de May Telmissany

Lo último que recuerdo antes de dormir es que la velada acabó con el estropicio. El güisqui, que un golpe del destino desparramó a nuestros pies, me había costado ciento veinte libras egipcias. Mi amigo repetía desconsolado: «¡En la vida he roto una botella!». El camarero irrumpió en escena y dijo: «¿Qué le vamos a hacer? Son cosas que pasan». Me figuro al camarero, tras irnos dando tumbos, acuclillado bajo la mesa recogiendo el elixir divino bayeta en mano y estrujándola sobre un cuenco destinado a algún borracho de los que deambulan por el centro de la ciudad.

TAPONES PARA EL OÍDO, cuento de Somaya Al-Sayed

Una vez, mientras estaba acostado de lado en el sofá viendo una película, puso la palma de la mano izquierda debajo de su cabeza y se cubrió la oreja con ella. En ese momento, notó algo, sintió que había ideas fluyendo de tal forma que incluso comenzaron a molestarlo mientras veía la película. Retiró la mano de debajo de la cabeza y cambió su postura. Notó que las ideas se desvanecieron por completo. Se enderezó con la espalda apoyada en el sofá, asombrado y confundido. Se tapó los dos oídos con las palmas de las manos y notó el flujo abundante de ideas en su mente. Se reía como un loco en el salón de la casa.

Dos capítulos de la novela de Badriya al-Bishr

Una semana más tarde la madre de Saad vino a casa y nos anunció que la boda de Saad y Elyazi sería en un mes. Nos invitó a todos a la boda y casi que se disculpó por la falta de música y baile. A cambio, habría una gran cena para compensar, pues así lo había querido Saad. En invierno la vida del barrio se ralentizaba, las azoteas se quedaban sin chicas y sin amor. Ni una sola historia de amor prosperó en las azoteas aquel año. Todas las historias tomaron un curso distinto al deseado. Awatif se casó con Rashid, mientras que Elyazi lo hizo con Saad. Elyazi incluso me dijo que no sentía nada por Saad, sino que le gustaba Yusuf, el chico guapo que cuidaba las palomas en la azotea lindante con la suya. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de hablar con él. Mutaib tampoco estaba muy contento con la boda entre Elyazi y Saad, pero esta haría que los lazos entre su familia y el resto del vecindario se estrecharan y así dejarían de ser distintos al resto. Su familia estaría por fin incluida en el intricado tejido de relaciones del barrio. Por mucho que su situación hubiera mejorado y subido sus ingresos, los vecinos nunca olvidarían que aquella pequeña familia había vivido de su caridad cuando llegaron al barrio. La pobreza había desaparecido, pero no su marca. Por eso aquel matrimonio era su oportunidad para ser reconocidos y convertirse en una familia digna y más respetable.

DÍAS EN EL PARAÍSO, Primer capítulo de la novela de Ghalya...

Londres, cuatro de la mañana. La noche es fría, pero no llueve, típica noche invernal londinense. La oscuridad se extiende por todo el lugar, solo la disipa la débil luz proveniente de las farolas. Ya no hay tráfico, todo lo que se movía había entrado en un profundo coma: las tiendas y los restaurantes, hasta los autobuses y trenes se sosegaron a tan altas horas de la madrugada y detuvieron su habitual circulación, siempre veloz. Las calles quedaron desiertas, incluso daban la impresión de haber crecido y ensanchado. Londres parecía una ciudad fantasma.

LA NOCHE DESVELA LOS SECRETOS DEL DÍA, Relato de Rachida El-Cherni

Ahogó el enfado en su interior, se cubrió a toda prisa con un chal de lana y abrió la puerta con cautela; se coló un aire frío al interior y los perros se abalanzaron sobre ella. Dejó pasar al más pequeño, volvió a cerrar la puerta y apagó la luz. Le acarició la cabeza y trató de distraerse con una serie de televisión, pero su mente se mantenía atenta a cualquier sonido. El chucho se tumbó frente a ella y la miró por un largo rato. Ella detectó un brillo en su mirada, como si quisiera conversar con su pesar para tranquilizarla. Le sonrió con ternura e inmediatamente escuchó unos ladridos afuera que la sobresaltaron y se puso en pie espantada. Miró por una rendija de la ventana y vio una luz intensa que se acercaba. A primera vista creyó que su esposo regresaba a recogerla, pero enseguida se percató de que el furgón era diferente y se convenció de que ella sería la próxima víctima en la región. Se estremeció y se dijo a sí misma: «Lo que tienes que hacer, Nawara, es salvar el pellejo».

Secretos, relato de Mohammed al-Sharekh

La oímos. Sáleh me sacudió el hombro y agucé el oído. La voz de una mujer, una voz lejana que fluía por entre los árboles y los páramos desérticos. La escuchábamos embelesados, sin despegarnos de la almohada, con los ojos clavados en el cielo y los sentidos puestos en cribar la melodía por entre el silbido del aire en las ramas de los árboles. Eran los gitanos, sí, ¡eran ellos! Salimos volando de la cama y, sigilosos, recogimos el calzado y abrimos la puerta de madera de la casa, mirando a diestro y siniestro por si nos veía alguien. La casa estaba rodeada de limoneros y parras y por doquier había hoyos y zanjas en las que podíamos caer a cualquier paso, a pesar de que la luna se dejaba ver de vez en cuando por entre el ramaje.