El guardia del cementerio de la Commonwealth, relato de Sofiene Rajab
Si contemplas detenidamente el mapa de Túnez, verás que encarna la imagen de una mujer de pie asomándose al Mediterráneo desde su balcón con los pies hundidos en la arena del desierto del Sahara. Si te fijas bien en su pecho, podrás visualizar una pieza que brilla a la luz del sol mientras vibra en ese collar que el país luce en el cuello. No se trata por supuesto de una condecoración, porque quien se la colocó fue sólo un colono.
El cadáver, un relato de la iraquí Salima Salih
Cuando Amín al-Qásimi y su hermano entraron en el hospital militar, un vigilante los paró en la recepción del edificio, con un manojo de llaves. Les pidió que aguardasen. Después, abrió la puerta de hierro que había en el lateral derecho de la entrada. Desde donde estaban podían ver la sala rectangular, atestada, según les pareció, de cadáveres alineados en dos hileras en paralelo a la pared. La luz que se desprendía de los ventanucos cercanos al techo y se reflejaba sobre la pared de enfrente, iluminaba toda la estancia y permitía distinguir los cadáveres. Parecían manchas luminosas sobre el negro suelo.
Fatima Abdulhamid: Extracto de la novela El horizonte más alto
Bueno, todas las ideas comunes en la tierra sobre el momento en que comencé a ejercitar esta actividad son inexactas, además, el comienzo no te importa, lo único que tienes que comprender es que soy el toque final, el toque que recorre tu dolor crónico después de una larga lucha contra la enfermedad y te hace preguntarte: ¿adónde se ha ido todo ese dolor de repente? Soy el origen de tu instinto de miedo desde que eras un feto y te aseguro que olvidar mi existencia es una solución que no te salvará, pues de una manera que ningún ser creado puede comprender, todos los puestos superiores están determinados en el lecho del Creador y por desgracia mi trabajo es estar disponible para atraparte. Yo no desciendo de una familia de pura luz como el resto de los ángeles ni fui creado de fuego como los demonios… fui creado de luz y fuego, por eso se me confió esta tarea temible, la tarea de aligerar la tierra del peso de sus criaturas. Por tanto, merezco, por justicia, que no me angustiéis con todo este dolor mundano. Te salvaré de muchos tiranos y de algunos ricos aburridos con aviones privados, y salvaré a algunos de vosotros de una vida crónicamente enferma que los agota, y agota a quienes los rodean.
Secretos, relato de Mohammed al-Sharekh
La oímos. Sáleh me sacudió el hombro y agucé el oído. La voz de una mujer, una voz lejana que fluía por entre los árboles y los páramos desérticos. La escuchábamos embelesados, sin despegarnos de la almohada, con los ojos clavados en el cielo y los sentidos puestos en cribar la melodía por entre el silbido del aire en las ramas de los árboles. Eran los gitanos, sí, ¡eran ellos! Salimos volando de la cama y, sigilosos, recogimos el calzado y abrimos la puerta de madera de la casa, mirando a diestro y siniestro por si nos veía alguien. La casa estaba rodeada de limoneros y parras y por doquier había hoyos y zanjas en las que podíamos caer a cualquier paso, a pesar de que la luna se dejaba ver de vez en cuando por entre el ramaje.
DÍAS EN EL PARAÍSO, Primer capítulo de la novela de Ghalya...
Londres, cuatro de la mañana. La noche es fría, pero no llueve, típica noche invernal londinense. La oscuridad se extiende por todo el lugar, solo la disipa la débil luz proveniente de las farolas. Ya no hay tráfico, todo lo que se movía había entrado en un profundo coma: las tiendas y los restaurantes, hasta los autobuses y trenes se sosegaron a tan altas horas de la madrugada y detuvieron su habitual circulación, siempre veloz. Las calles quedaron desiertas, incluso daban la impresión de haber crecido y ensanchado. Londres parecía una ciudad fantasma.
UN SALTO DEL BALCÓN, relato de Walaa Fahad Al-Harbi
Con la mirada inocente, mis hijos me preguntaron, y yo, confundida, no sabía qué decirles, pero los calmé y dije que estábamos jugando al escondite con papá que pronto llegaría a casa. Cuando se les agotó la paciencia y no aguataron quedarse más tiempo en ese armario que les robaba la libertad de mover las manos y patear con sus pequeños pies, nos pusimos a contar. Contamos, y no supe si llegaríamos a cien o mil, o si pasaríamos más tiempo en aquel armario sin que nadie apareciera, llegando de ese modo a una cifra más allá de mi conocimiento y capacidad de continuar.
TAPONES PARA EL OÍDO, cuento de Somaya Al-Sayed
Una vez, mientras estaba acostado de lado en el sofá viendo una película, puso la palma de la mano izquierda debajo de su cabeza y se cubrió la oreja con ella. En ese momento, notó algo, sintió que había ideas fluyendo de tal forma que incluso comenzaron a molestarlo mientras veía la película. Retiró la mano de debajo de la cabeza y cambió su postura. Notó que las ideas se desvanecieron por completo. Se enderezó con la espalda apoyada en el sofá, asombrado y confundido. Se tapó los dos oídos con las palmas de las manos y notó el flujo abundante de ideas en su mente. Se reía como un loco en el salón de la casa.